La mala educación incluye a los de arriba. Los políticos delatan, hoy más que ayer, un desfase en la comprensión lectora de las encuestas, en la asimilación de las lecciones de la historia, en la serena aceptación de que las ideologías absolutas que animaron la fundación de sus partidos se han vuelto muy relativas, para sus prácticos electores.
Pero, ojo, que ese pragmatismo popular también es relativo. La ideología ha perdido bastante peso, como lo acaba de confirmar el PPC al que le fue mal forzando la polarización izquierda/derecha en su campaña por Lima, pero la gente sigue esperando gestos en apariencia banales pero de gran valor simbólico. Hay soluciones que no se vislumbran y heridas que no se cierran porque falta una palabra reconfortante, un golpe en el pecho, un ligero meneíto de cabeza del líder diciendo sí o no con el corazón. Somos menos ideológicos pero igual o más sentimentales y nos seguimos alimentando de símbolos.
Hay mucha gente que aguarda, por ejemplo, que Alan García admita su autoría del sopapo a Richard Gálvez y cancele operaciones de desinformación –montados con nuestra plata– como la autoinculpación de Óscar Rachumi; o que los candidatos presidenciales sean más transparentes en sus cubileteos y pongan sobre la mesa sus condiciones esenciales para llegar a acuerdos y formar frentes, en ese necesario orden, que cualquier otro sería maleducado.
Aún impera el pacto bajo la mesa, el secretismo, el engaño, el miedo a desafiar a la religión y a las Fuerzas Armadas;a pesar de que la educación recomienda todo lo contrario. La ONPE y el JNE nos están haciendo perder un precioso tiempo electoral demorando ese abrazo entre Susana y Lourdes que nos permitirá calcular, con más precisión, dónde queda el nuevo centro político peruano. ¿Pero por qué esperar tanto? Lourdes ya debe tener su propio conteo que le cancela esperanzas, y bien podría adelantarse con un gesto que deje abiertas nuevas posibilidades de alianzas, más ambiciosas que las que hoy se mencionan alrededor de Luis Castañeda.
Que no sea a sopapos ni a cocachos, como en el poema de Nicomedes, que aprendamos las lecciones del 2010.
Por: Fernando Vivas
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