3 de mayo de 2014

CONTRA LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Edmundo Burke, el más importante crítico de la revolución francesa, fue uno de los más notables representantes del partido whig; un notable defensor de la libertad política, lo que podría considerarse una contradicción respecto a la posición crítica que asumió frente a la revolución francesa; sin embargo, debemos mencionar que en Burke no había contradicción alguna, ya que él era un liberal conservador: un liberal en términos económicos y un conservador político.

Al igual que los contractualistas estudiados anteriormente (Hobbes y Locke), Burke considera que la soberanía inicial reside en el pueblo, sin embargo ésta se ha mantenido a través de la historia no por decisión del pueblo, sino por costumbre, por tradición y es esta tradición la que no debería romperse, como sucedió en Francia, por lo que a Burke le sorprende y asusta el caos, desorden, anarquía y abstracción de los revolucionarios franceses a los que consideraba “arquitectos de la ruina” (Chevallier, 1965: 201).

Existen varias hipótesis acerca del motivo tan “peculiar” (o contradictorio) de Burke, ya que él fue un decidido defensor de la libertad (situación que no se daba en la Francia revolucionaria). Por ejemplo, Chevallier sostiene que hubo un motivo sentimental, ya que años antes conoció a una joven y hermosa María Antonieta, de quien quedó prendado por su singular belleza, años después la reina María Antonieta sería ultrajada por los revolucionarios y finalmente ejecutada, lo que a opinión de Burke marcó el fin de la caballerosidad del siglo XVIII. También existe la hipótesis del debate académico e intelectual que sostuvo con el Dr. Price, ya que este último propuso los tres derechos fundamentales que el pueblo inglés había adquirido luego de la revolución de 1688: “A escoger a nuestros propios gobernantes, a deponerlos caso de conducirse mal y a constituir nuestro propio gobierno” (Burke, 1996: 53).

La crítica más severa de Burke hacia los revolucionarios y hacia las consecuencias directas de la revolución francesa es el caos y desorden en el que se encontró el país después de la revolución; criticaba el hecho de que los revolucionarios hayan decidido destruir el gobierno para empezar desde cero con su nuevo sistema; de la misma forma que el concepto tan abstracto e indefinido de libertad que los franceses defendían, Burke mantenía la idea de que no podía haber libertad sin orden y la “libertad” que generó la revolución era una libertad abstracta, en la que cada uno hace lo que le daba la gana; la libertad, decía Burke, debería ser concreta y esto solamnete se logra con las restricciones y limitaciones que solo un gobierno establecido, a través de sus instituciones políticas, podría garantizar.

Pero la crítica más importante fue hacia los postulados del Dr. Price. En referencia al primer postulado (escoger a nuestros propios gobernantes), Burke sostiene que si bien es cierto que esto pudo darse en un primer momento (contrato social), es la costumbre y el propio contrato social el que nos hace renunciar a elegir a nuestros gobernantes, ya que una vez instaurada la monarquía ésta se desarrolla en base a la herencia y la costumbre, aspectos a los que no se puede renunciar y a los que están todos los ciudadanos sometidos, ya que del derecho de sucesión “depende enteramente, salvo la voluntad de Dios, la unidad, paz y tranquilidad de esta nación” (Burke, 1996: 56). Respecto al segundo postulado (a deponerlos caso de conducirse mal), Burke se pregunta ¿cómo se podría conducir un rey mal si él posee el poder absoluto, es decir, no rinde cuentas de nada a nadie?, en ese sentido cómo se puede deponer a alguien “que no obedece a ninguna persona; todas las otras están bajo él y le deben obediencia legal” (Burke, 1996: 63); debe pues respetarse ese contrato inicial entre el gobernante y el pueblo, no hay mala conducta que justifique romper este contrato. Finalmente, el tercer postulado (a constituir nuestro propio gobierno), Burke, siguiendo la tradición clásica griega, considera que no cualquiera puede gobernar, se necesita de preparación, la misma que solo una élite reducida posee; el Estado no es producto de la elección popular, la fuente de autoridad no está en el pueblo, sino en la tradición, la naturaleza y la providencia.

Otro representante de la reacción antirrevolucionaria fue el político español Juan Donoso Cortés, quien es su conocido Discurso sobre la dictadura (Donoso, 2002) plantea su famosa teoría de la “dictadura del sable”. Ante la situación de desorden que vivía Europa en esos años, el planteamiento de Donoso se basa en la defensa del orden y el respeto de las leyes, las mismas que no se pueden garantizar si no hay un gobierno establecido, el mismo que, dadas dichas circunstancias, solo se puede dar bajo la dictadura: “la dictadura en ciertas circunstancias es un gobierno legítimo; es un gobierno bueno, es un gobierno provechoso, como cualquier otro gobierno; es un gobierno racional” (Donoso, 2002: 7). Sostenía que las revoluciones no obedecen al carácter pobre y miserable de determinadas sociedades, sino que éstas siempre han sido promovidas por la aristocracia y los intereses que esta defiende, “el germen de las revoluciones está en los deseos sobreexcitados de la muchedumbre por los tribunos que la explotan y benefician” (Donoso, 2002: 13). Con las revoluciones, según Donoso, se acaba la libertad y es imposible volver a instaurarla, esta eliminación de la libertad significa la catástrofe; es en este contexto político que Donoso sostiene: “Señores, la cuestión, como he dicho antes, no está entre la libertad y la dictadura; si estuviera entre la libertad y la dictadura, yo votaría por la libertad. Pero la cuestión es ésta, y concluyo: se trata de escoger entre la dictadura de la insurrección y la dictadura del Gobierno; puesto en este caso, yo escojo la dictadura del Gobierno, como menos pesada y menos afrentosa (...) se trata de escoger entre la dictadura del puñal y la dictadura del sable: yo escojo la dictadura del sable, porque es más noble” (Donoso, 2002: 29); en resumen, es mejor ser gobernado por una persona quien sabe a dónde dirige a la nación, que por la muchedumbre, cuyas pasiones e intereses tan disímiles hacen imposible saber el camino del progreso a lograr.

FUENTES:
  • BURKE, Edmund (1996) Textos políticos. México: Fondo de Cultura Económica. 
  • CHEVALLIER, Jean-Jacques (1965) Los grandes textos políticos. Desde Maquiavelo a nuestros días. Madrid: Aguilar.
  • DONOSO, Juan (2002) Discursos políticos. Madrid: Tecnos.