31 de enero de 2011

DANIEL BELL: 1919-2011

Daniel Bell, uno de los sociólogos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, falleció el 25 de enero de 2011, a los 91 años, en su casa de Cambridge, Massachusetts. Aunque comenzó su carrera como periodista, era el tipo de académico brillante y solvente que casi sólo puede abundar, a día de hoy, en las universidades de EE UU, gracias a un sistema muy competitivo que reconoce y premia la excelencia de modo inequívoco. Bell, como Thomas K. Merton, perteneció a esa estirpe de sociólogos que, dotados de una formación general muy amplia, pueden realizar su vocación estudiosa sin ninguna clase de limitaciones y con una gran variedad de medios de apoyo.

Catedrático de Sociología en Harvard, su obra forma parte de esa tradición política y sociológica anglosajona que se caracteriza por su capacidad de prestar atención, a un tiempo, a los fenómenos más menudos de la vida cotidiana, y al núcleo de ideas esenciales de cualquier filosofía relevante para la práctica del gobierno y para el análisis de los grandes conflictos culturales y morales con los que se enfrentan las sociedades occidentales.

Daniel Bell ha sido autor de una obra enormemente influyente en la que ha construido una interpretación rica, plural y coherente de nuestro pasado cultural, de las diversas crisis de las democracias contemporáneas, y en la que se ha atrevido a imaginar con fino olfato algunas de las grandes modificaciones que determinarán el futuro de la sociedad occidental. Fue el primero en darse cuenta de que nuestra sociedad se adentraba en una era postindustrial, en la que los conceptos económicos, políticos y laborales tendrían que cambiar de manera profunda como consecuencia del enorme impacto de las tecnologías, una modificación realmente decisiva que él supo diagnosticar ya en los años sesenta. Su influencia intelectual ha sido inmensa, hasta el punto de que el Times Literary Supplement recogiese dos de sus obras, El fin de la ideología (1960) y Las contradicciones culturales del capitalismo (1978), entre los 100 libros más influyentes de la posguerra. Los términos que introdujo en sus análisis se han hecho comunes, y sus ideas se han extendido hasta tal punto, que algún lector desavisado podría tomar como una vulgaridad envilecida por su abundante circulación lo que hace unas décadas había constituido una de sus aportaciones plenamente originales.

Aunque sus orígenes políticos estén en la izquierda neoyorquina, sus ideas pueden ser compartidas por cualquier conservador inteligente, como él mismo se consideraba desde el punto de vista cultural. Sus críticos más feroces han procedido precisamente de la izquierda y le han reprochado que su obra oculte la realidad bajo un manto de idealismo, de teoría seductora pero, en sus esquemas dialécticos, escasamente fiel a la Historia. Es normal que los pensadores de izquierda sospechen de alguien que afirmó con absoluta rotundidad que la muerte del socialismo estaba siendo el hecho político incomprendido del siglo XX. Lo esencial en su análisis del fin de la ideología, compartido con sociólogos como Lipset, Shils o Raymond Aron, era que las viejas ideas políticas del movimiento radical se habían agotado y ya no tenían el poder de despertar adhesión o pasión entre los intelectuales.

Para Bell, el factor decisivo en el desarrollo de la sociedad contemporánea es, además de la influencia tecnológica, el componente cultural, y estaba de acuerdo con Weber en que en los momentos cruciales de la Historia la religión, muy lejos del opio del pueblo, puede ser la más revolucionaria de las fuerzas. Encontrar una teoría positiva del hogar público le parecía una tarea a la que nunca se puede renunciar, de modo que las relaciones entre el Estado y la sociedad, entre el interés público y el apetito privado seguirán siendo, obviamente, el problema principal del orden político para las décadas futuras.

Su visión de los problemas sociales es, pues, optimista, no incurre en ninguna melancolía ni se deja llevar por las melodías de ningún decadentismo. Es lógico que así sea en alguien al que conocemos con un apellido que fue el resultado de una americanización forzada de su nombre de cuna, Daniel Bolotsky, pues, aunque nació en el Lower East Side de Manhattan, sus padres eran judíos inmigrantes de la Europa del Este, y su familia pensó que sería conveniente liberar al niño de una carga tan notable cambiándole el apellido cuando Daniel tenía 13 años. Su biografía es la de alguien que llega a la cumbre de la vida académica desde el suburbio. Esa experiencia personal de la dureza de la vida le hizo especialmente sensible a la comprensión de los complejos conflictos de que ha estado trufado el siglo XX, guerras, crisis sin cuento, unos acontecimientos que supo colocar en una perspectiva positiva, optimista, como ocurre siempre que se estudian las cosas humanas sin prejuicios y con esperanza.


 Entre las obras más importantes del este gran colega, son indispensables las lecturas siguientes:
  • El advenimiento de la sociedad post-industrial.
  • Las ciencias sociales desde la Segunda Guerra Mundial. 
  • Las contradicciones culturales del capitalismo.
  • El fin de las ideologías.
  • El fin de las ideologías: sobre el agotamiento de las ideas políticas en los años cincuenta. 
  • ¿Ideologías sin futuro?, ¿futuro sin ideologías?.

25 de enero de 2011

¿UNIÓN O MATRIMONIO?

Los últimos días se ha producido un fuerte y, en mi opinión, fructífero debate en torno a la posibilidad de legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo, por parte de los diferentes candidatos presidenciales y congresales; obviamente no por el afán de defender los derechos sexuales y reproductivos que toda persona tiene, sino por tratar de ganar votos, tema que no analizaré ahora.

Lo que si escribiré es sobre mi postura sobre este tema. Sociológicamentte el matrimonio es "la relación por la que un hombre y una mujer, de acuerdo con su naturaleza sexual, se vinculan para llevar a cabo una vida en común" (Diccionario Enciclopédico de Sociología, de Karl-Heinz Hillmann). Entonces, desde este punto de vista el matrimonio entre personas del mismo sexo, es teóricamente imposible y no está permitido; pero los conceptos y definiciones cambian como lo hace la misma sociedad.

El matrimonio presenta las siguientes características:
  • Es una institución social fundamental de la sociedad ya que es su fuente principal que da origen a la formación de la familia sin la cual no se podría concebir una comunidad fuerte, estable y duradera.
  • Unión de un varón y una mujer.
  • Permanencia necesaria de los cónyuges que deberán compartir un mismo destino y gozar no sólo de las bondades y beneficios del matrimonio, sino de afrontar cada uno de los problemas que ofrece la existencia en común.
  • Es una unión legalmente sancionada por la ley, lo cual supone una actitud legal para contraerlo y el consecuente cumplimiento de ciertas formalidades establecidas en el ordenamiento jurídico.
Insisto que desde el punto de vista formal hablar de matrimonio entre personas del mismo sexo es inviable. De lo que si podemos hablar y en lo que estoy totalmente de acuerdo es en la legalziación de la unión de hecho, es decir la forma de convivencia familiar en que, una pareja  viven juntos de forma estable y conyugal, con todos los derechos y deberes propios de tal condición. Es justo y necesario ya que este tipo de reconocimiento y unión no es solamente una cuestión sentimental y amorosa, es un cuestión de legalidad y Estado. Desde el punto de vista médico otorgaría al individuo el derecho de tomar decisiones sobre la vida de su pareja; desde el punto de vista económico otorgaría el derecho a la herencia, pensiones y otros beneficios económicos. Los "rituales" que realizan algunas parejas homosexuales en las que se prometen amor y respeto son eso rituales, y no representan ningún compromiso legal que garantice los derechos y deberes mencionados líneas arriba.

Nuestra sociedad es aún muy heterodoxa en estos temas, por lo que creo que con legalizar este tipo de uniones sería un buen paso, pero ir avanzando de poco en poco garantizará una mayor comprensión de la sociedad.

Cuando uno firma un contrato laboral, de alquiler, etc., lo hace conociendo las reglas y cláusulas a las que se compromete a respetar y obedecer. Hablar que la Iglesia Católica reconozca el matrimonio homosexual es imposible, es una ilusión creer que lo va ha hacer ya que las mismas escrituras de la Biblia lo prohíben. por eso critico a los católicos que proponen y creen que la iglesia los apoyará en esta lucha. Pero esto no le da derecho a nadie (específicamente al monseñor Bambarén) para maltratar, insultar y denigrar a la persona humana sea cual fuese su orientación sexual. Hay modos de hacer las cosas.

En conclusión, cada uno es libre de hacer lo que mejor le parezca con su vida, ojo no confundir libertad con libertinaje porque la libertad es ser libres para hacer lo que queramos siempre y cuando no afectemos ni perjudiquemos a nuestros semejantes; hacer lo que creamos que esta bien, dentro de las normas y leyes (jurídica, morales y sociales que rigen nuestro comportamiento. Siempre lo he dicho a mis alumnos: lo más importante es que sean felices y sean buenas personas.

8 de enero de 2011

REGISTRO DE GRADOS Y TÍTULOS

Como parte de la política universitaria de la Asamblea Nacional de Rectores, máxima autoridad universitaria en nuestro país, se ha venido haciendo el registro de los Grados Académicos (Bachillerato, Maestría y Doctorado) y de los Títulos Profesionales que otorgan las universidades públicas o privadas, en el Perú. Para el caso de nuestra Universidad Nacional de San Agustín, dichos trámites se pueden hacer en la Oficina de Grados y Títulos, en la calle San Agustín 115.
A continuación les adelanto los requisitos a presentar:

1. PARA REGISTRAR EL GRADO ACADÉMICO DE BACHILLER:
  • 1 fotocopia del diploma de bachiller.
  • 1 fotocopia del certificado de estudios universitarios.
  • Declaración jurada de modalidad de grado (proporcionada en la misma oficina).
  • 1 fotocopia del DNI.
  • 1 foto tamaño pasaporte.
  • Recibo de pago de derechos (S/. 5.00)
2. PARA REGISTRAR EL TÍTULO PROFESIONAL:
  • 1 fotocopia del diploma del título profesional.
  • 1 fotocopia del certificado de estudios universitarios.
  • Declaración jurada de modalidad de grado (proporcionada en la misma oficina).
  • 1 fotocopia del DNI.
  • 1 foto tamaño pasaporte.
  • Recibo de pago de derechos (S/. 5.00)
Recuerden que dicho registro es de carácter obligatorio, y todos deben realizarlo.
Mayor información en: ASAMBLEA NACIONAL DE RECTORES

6 de enero de 2011

EL ENIGMA DE BALTASAR

“¡No más Baltasar pintado!” es el lema que circula en España. El Centro Panafricano reclama así la inclusión de un afrodescendiente como rey Baltasar en la célebre cabalgata de los Reyes Magos, de Pamplona. Hoy lo hace un blanco pintado de negro, algo que bien puede ser tomado como signo de racismo en pleno siglo XXI. Pero, vamos por partes, ¿fue siempre africano este rey mago? ¿Fueron realmente tres?

Según las tradiciones, el número de reyes varía. Se habla de cuatro, pero según los armenios fueron 12, mientras los pintores antiguos representan tres, cuatro u ocho. San Mateo no precisa el número en su Evangelio, solo cuenta que “llegaron desde el Oriente a Jerusalén unos magos diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Pues vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo… y abriendo sus tesoros, le ofrecieron regalos, oro, incienso y mirra”. San Mateo los llama “magos” tal como se conocía –en Persia, Babilonia y Asiria– a los sacerdotes sabios en astronomía, ciencia y teología.

Fue en el siglo V cuando el papa San León I, ‘El Magno’, estableció que los Reyes Magos eran tres, como tres eran las ofrendas. El obispo italiano Petrus de Natalibus, en sus libros “Leyendas de los santos”, aporta las edades y el monje benedictino Beda el Venerable refiere características que se mantienen hoy en dos de los reyes. Así, Melchor de Persia era un anciano de 60 años de piel rosada y barba rubia que iba a caballo; Gaspar era rey de India, tenía la tez blanca, 40 años y viajaba sobre un elefante; mientras Baltasar, con 28 años, el más joven, era rey árabe, era blanco y montaba un camello. ¿Cuándo cambió su color de piel?

En el siglo XVI la Iglesia decide identificar a los reyes con los tres hijos de Noé y las razas que poblaban el mundo conocido entonces: Europa, Asia y África. Y así Baltasar se convirtió en príncipe y sacerdote egipcio, procedente de Alejandría. El escritor español Manuel Domínguez Senra anota que en la Edad Media las personas de piel negra eran vistas como portadoras de riqueza, pues el oro que llegaba a Europa era del África. La imagen de Baltasar se inspiró en el emperador de Mali, famoso por regalar oro durante sus peregrinaciones a la Meca. Curiosamente no lleva oro como ofrenda sino mirra, símbolo de humanidad, la sangre y el dolor. Es como si dijese: “Te traigo mirra, porque reconozco en ti al Hijo de Dios que ha de sufrir y derramar su sangre por salvar a la humanidad doliente”.

En 1601 los letrados de Londres encargaron a Shakespeare la obra de teatro: “Noche de Reyes”, representada ante la reina Isabel I. Fue la primera vez que se vio un Baltasar negro. Con el paso de los siglos, la leyenda de los tres Reyes Magos siguió. Dicen que se convirtieron en viajeros y después de años llegaron a la India, donde fueron bautizados por el apóstol Santo Tomás y nombrados obispos, dedicando el resto de sus vidas a la evangelización.

Por: Maruja Muñoz

2 de enero de 2011

EL MAL (IM) PACTO ÉTICO

Comenzamos el 2011 con una preocupación creciente: el encanallamiento de la política.

En plena campaña electoral, los peruanos volvemos a vernos envueltos en un proceso en el que se deja de lado el debate racional sobre los programas y planes de gobierno, mientras priman las actitudes ruines de quienes parecen buscar el poder para usufructuarlo personal o grupalmente y no para servir al pueblo.

Un caso extremo es el intercambio de insultos en las redes sociales de Internet (como Facebook y Twitter). El recurso de unos y otros ha sido terrible. Han menudeado las groserías, los ataques arteros sobre la sexualidad de los candidatos, sobre sus familias, etc. También han aflorado prejuicios peligrosos como la homofobia. Y todo eso ha determinado que se prolongue en el mundo virtual aquella misma guerra sucia que tanto daño hizo durante las últimas elecciones municipales.

Eso demuestra, por una parte, que el famoso Pacto Ético Electoral carece de eficiencia, porque mientras no haya real voluntad de los políticos por comportarse con decencia, cualquier regulación externa será inútil. Por otra parte, salvo muy pocas excepciones como la proactividad de PPK, la forma torpe de participación en el mundo informático evidencia que los estrategas electorales desconocen el auténtico valor de las redes sociales.

Ahora que tanto se habla de recuperar su credibilidad y acercar al político al ciudadano, el verdadero potencial de las redes en un proceso electoral es usarlas como un servicio público para que los partidos, a través de equipos dinámicos, atiendan a los electores, contesten sus inquietudes y los orienten vía online. Los propios medios de comunicación, en vez de reproducir los insultos electrónicos a manera de bobas cajas de resonancia, deberían usar sus espacios web para organizar foros, chats, acopio de informes del periodismo ciudadano, etc. con el objetivo de que el voto sea razonado.

El potencial para esto es enorme en un país como el Perú donde más de un millón de hogares tienen acceso permanente a Internet, mientras 27 millones de personas usan celulares y casi el 12% de los ciudadanos tienen cuentas en el Facebook.

Hasta hace unos meses había esperanza de que aquí se actuara inteligentemente, siguiendo el ejemplo de experiencias internacionales brillantes como la campaña presidencial de Obama, en Estados Unidos. De hecho, el ex presidente Toledo lanzó su campaña vía Twitter, algo equivalente hizo Keiko Fujimori, Luis Castañeda comenzó, igualmente, con sensatez por medio del Facebook y Pedro Pablo Kuczynski publicó sus propuestas para debatirlas con los internautas. También Palacio de Gobierno encontró en el ‘tuiteo’ una forma comunicacional pronta y eficiente. Antes, y justo es reconocerlo, Fuerza Social ya había demostrado con la victoria de Susana Villarán cómo sí se puede ganar votos. Y el Partido Nacionalista ha tenido espacios muy esclarecedores en Internet. Pero ahora son los secundones, esos inefables escuderos de los candidatos principales, quienes están pervirtiendo el mundo virtual con una impunidad que solo puede ser frenada por esa audiencia, sobre todo juvenil, que sí tiene capacidad para repudiar activamente el encanallamiento de la política.

Entre tanto, otro signo de la pobreza conceptual en esta campaña es la polémica alteradilla sobre quién es el autor de las grandes obras de infraestructura nacional y a quién se debe la bonanza macroeconómica por la que atravesamos. Pero lo cierto es que ese intercambio de supuestos derechos y autorías resulta tan necio como discutir sobre la familia del mítico Tarzán.

Lo sustantivo ahora es que los candidatos no pierdan de vista que deben darle continuidad a los asuntos de Estado, independientemente de los cambios de gobierno o de funcionarios. Toda democracia madura se precia de no descontinuar la ejecución de las políticas públicas y de los proyectos de desarrollo nacional por el simple hecho de que se produce un cambio de gobierno o porque un ministerio pasó a manos de otro funcionario.

El progreso del Perú no puede estar librado al ego de los políticos. Necesitamos el compromiso y la garantía de que independientemente de quienes ocupen la Presidencia de la República y los escaños del Congreso concierten con todas las fuerzas una serie de acciones y prácticas de políticas públicas orientadas a elevar la calidad de vida de las grandes mayorías de la población con transparencia, buen uso de los recursos, honestidad en la función administrativa y racionalidad en las inversiones.

Los electores debemos exigir que nuestros políticos piensen en función de Estado y no simplemente de gobierno. Continuidad no es continuismo. Y por eso es inaceptable que cada cinco años el poder de turno pretenda reinventar el Perú.

Por: Hugo Guerra