Usualmente, cuando los sociólogos, basándonos en exclusiva en una encuesta, volcamos en un libro la información de un análisis empírico, el resultado suele ser, para el público lector medio, algo tedioso. Demasiadas tablas, gráficas e información estadística. En realidad, esto no tiene porque ser algo negativo, la Sociología como disciplina tiene una tradición metodológica y temática que no tienen porque interesar más que a los propios sociólogos. Evidentemente, para el público medio, es mucho más divertido leer un ensayo que nos hable sobre las grandes ideas que organizan nuestro mundo actual: choque de civilizaciones, medios de comunicación, capitalismo o temáticas de similar alcance. Los andaluces Manuel Pérez Yruela y Ramón Vargas Machuca, junto con los investigadores Braulio Gómez Fortes e Inma Palacios, han logrado en su libro Calidad de la democracia en España presentar una encuesta sobre las actitudes de los españoles hacia la democracia con un inusitado equilibrio entre teoría política y opinión pública. Esto hace que el libro pueda - e incluso deba - ser leído no sólo por politólogos y sociólogos, sino por el ciudadano interesado por los rumbos que está tomando nuestra democracia.
Tras más de 30 años de democracia, en España gozamos de una distancia prudencial para realizar valoraciones desprejuiciadas. Esto no hubiera podido hacerse durante la Transición política ni justo después. Si se hubiera hecho durante la Transición, "la pasión democrática" hubiera desequilibrado las evaluaciones. Si se hubiera hecho justo después, "el desencanto democrático" las hubiera, del mismo modo, sesgado. En consecuencia, el momento era justo ahora. Así, este es el primer estudio que se centra en la percepción que tienen los ciudadanos sobre la calidad de la democracia en la que viven.
No es este un texto en el que los autores tomen moldes de importación analítica, la principal virtud, de hecho, es la apuesta por un marco teórico propio que supera, bajo nuestro punto de vista, los enfoques ya practicados en el mundo hispano de David Beetham (Fundación Alternativas) y Guillermo O'Donell (Gobierno de Costa Rica). En él, se nos dice que "un buen modelo de democracia se orienta básicamente a hacer viable el haz de aspiraciones contenidos en el ideal que lo justifica".
Otro de los méritos principales de este libro es su consideración de las actitudes de los ciudadanos hacia la democracia como una percepción asentada, no sujeta a los devenires coyunturales de un gobierno u otro (aunque no deje de ser obvio que estos factores ejerzan también su influencia). Muchos de nuestros ciudadanos tienen la experiencia de cuatro gobiernos y saben valorar sin interferencia partidaria, lo que ha supuesto la democracia como institución para nuestro país.
Los resultados muestran que los españoles pensamos que no existe mejor sistema de convivencia que el democrático (legitimidad difusa). No hay, en consecuencia, en España ninguna intención de cambio hacia un régimen de corte más autoritario. Puede decirse que la democracia es un bien que han incorporado los ciudadanos. Ahora bien, cuando se le pregunta a los ciudadanos si están satisfechos con la forma en la funciona la democracia en España (legitimidad específica), los resultados no son tan alentadores. Como dicen los autores, la democracia suele ser un régimen que "alimenta aspiraciones que a veces no puede satisfacer".
La principal queja ciudadana radica en la falta de rendición de cuentas y en la carencia de transparencia de nuestros políticos. Distintas encuestas como los barómetros del CIS o, en Andalucía, la Encuesta sobre la Realidad Social Andaluza, ya han mostrado que los ciudadanos consideran a la clase política y a los políticos como el tercer problema en España. No sentimos que los partidos políticos estén cerca de los ciudadanos. Tampoco, vemos la manera de aumentar nuestra influencia en ellos. Percibimos que sus miembros no tienen especial en que formemos parte integrante. Las críticas a las elecciones primarias son un claro ejemplo de la cerrazón de los políticos a la democracia interna en sus partidos. Es patente, como la sociología política ha demostrado, que cuando los militantes se movilizan, el interés de la ciudadanía por la política crece. Lo que ha venido denominándose "partitocracia" o colonización de las instituciones públicas por militantes y hombres de partido, ha servido para distanciar más aún el espacio que separa a los políticos de los ciudadanos.
En este libro, también despuntan aspectos positivos sobre nuestra percepción de la democracia que sorprenderán al lector. A diferencia de lo que sucede en otros países, como Italia, Argentina o Grecia, los españoles confiamos en nuestros funcionarios y en nuestro tribunal constitucional. Pese a que nuestro país no goza de una sociedad civil vigorosa, todo parece indicar que estamos alejados del "familiarismo amoral" con el que Edward Banfield calificó a los habitantes del sur de Italia. Es difícil hacerle críticas a semejante trabajo tan notable. Nosotros hemos echado en falta la presencia de un mayor número de cruces más allá del sexo, la edad y el nivel educativo.
Esperamos que un libro como éste se repita dando pie a series históricas que nos permitan observar la salud de nuestra democracia a través del tiempo. También esperamos que sirva de lectura para aquellos que dirigen nuestras instituciones políticas. Como bien sabemos todos, todas las democracias no son iguales y la diferencia entre una democracia de buena calidad y una de mala calidad pueden ser abismal. Bien convendría que lo tuviésemos esto en mente.
Tras más de 30 años de democracia, en España gozamos de una distancia prudencial para realizar valoraciones desprejuiciadas. Esto no hubiera podido hacerse durante la Transición política ni justo después. Si se hubiera hecho durante la Transición, "la pasión democrática" hubiera desequilibrado las evaluaciones. Si se hubiera hecho justo después, "el desencanto democrático" las hubiera, del mismo modo, sesgado. En consecuencia, el momento era justo ahora. Así, este es el primer estudio que se centra en la percepción que tienen los ciudadanos sobre la calidad de la democracia en la que viven.
No es este un texto en el que los autores tomen moldes de importación analítica, la principal virtud, de hecho, es la apuesta por un marco teórico propio que supera, bajo nuestro punto de vista, los enfoques ya practicados en el mundo hispano de David Beetham (Fundación Alternativas) y Guillermo O'Donell (Gobierno de Costa Rica). En él, se nos dice que "un buen modelo de democracia se orienta básicamente a hacer viable el haz de aspiraciones contenidos en el ideal que lo justifica".
Otro de los méritos principales de este libro es su consideración de las actitudes de los ciudadanos hacia la democracia como una percepción asentada, no sujeta a los devenires coyunturales de un gobierno u otro (aunque no deje de ser obvio que estos factores ejerzan también su influencia). Muchos de nuestros ciudadanos tienen la experiencia de cuatro gobiernos y saben valorar sin interferencia partidaria, lo que ha supuesto la democracia como institución para nuestro país.
Los resultados muestran que los españoles pensamos que no existe mejor sistema de convivencia que el democrático (legitimidad difusa). No hay, en consecuencia, en España ninguna intención de cambio hacia un régimen de corte más autoritario. Puede decirse que la democracia es un bien que han incorporado los ciudadanos. Ahora bien, cuando se le pregunta a los ciudadanos si están satisfechos con la forma en la funciona la democracia en España (legitimidad específica), los resultados no son tan alentadores. Como dicen los autores, la democracia suele ser un régimen que "alimenta aspiraciones que a veces no puede satisfacer".
La principal queja ciudadana radica en la falta de rendición de cuentas y en la carencia de transparencia de nuestros políticos. Distintas encuestas como los barómetros del CIS o, en Andalucía, la Encuesta sobre la Realidad Social Andaluza, ya han mostrado que los ciudadanos consideran a la clase política y a los políticos como el tercer problema en España. No sentimos que los partidos políticos estén cerca de los ciudadanos. Tampoco, vemos la manera de aumentar nuestra influencia en ellos. Percibimos que sus miembros no tienen especial en que formemos parte integrante. Las críticas a las elecciones primarias son un claro ejemplo de la cerrazón de los políticos a la democracia interna en sus partidos. Es patente, como la sociología política ha demostrado, que cuando los militantes se movilizan, el interés de la ciudadanía por la política crece. Lo que ha venido denominándose "partitocracia" o colonización de las instituciones públicas por militantes y hombres de partido, ha servido para distanciar más aún el espacio que separa a los políticos de los ciudadanos.
En este libro, también despuntan aspectos positivos sobre nuestra percepción de la democracia que sorprenderán al lector. A diferencia de lo que sucede en otros países, como Italia, Argentina o Grecia, los españoles confiamos en nuestros funcionarios y en nuestro tribunal constitucional. Pese a que nuestro país no goza de una sociedad civil vigorosa, todo parece indicar que estamos alejados del "familiarismo amoral" con el que Edward Banfield calificó a los habitantes del sur de Italia. Es difícil hacerle críticas a semejante trabajo tan notable. Nosotros hemos echado en falta la presencia de un mayor número de cruces más allá del sexo, la edad y el nivel educativo.
Esperamos que un libro como éste se repita dando pie a series históricas que nos permitan observar la salud de nuestra democracia a través del tiempo. También esperamos que sirva de lectura para aquellos que dirigen nuestras instituciones políticas. Como bien sabemos todos, todas las democracias no son iguales y la diferencia entre una democracia de buena calidad y una de mala calidad pueden ser abismal. Bien convendría que lo tuviésemos esto en mente.
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