Ni bien se han cumplido tres años desde el inicio de la crisis económica-financiera global de setiembre del 2008 –gatillada por el problema de las hipotecas ‘subprime’ en EE.UU.–, el mundo ve con asombro que nuevamente son los países más desarrollados los que generan otro período preocupante de mayores proporciones y que parece agudizarse sin remedio.
Más que una crisis generada por el sector privado a través del sistema financiero, la reciente la originan estados soberanos que enfrentan una situación delicada que no se está encarando con el sentido de responsabilidad que los hechos ameritan.
Si bien son los países de la Eurozona los que concitan la mayor atención –debido al problema de los bonos soberanos (sin suficiente respaldo) de varios países que la integran, como Grecia, Irlanda, Portugal y otros–, el problema no queda solo en ellos.
Estados Unidos ha debido elevar el techo de la deuda del gobierno a cifras difíciles de manejar y de poder pagar, cuando los recortes presupuestales son insuficientes; tampoco se quiere elevar los tributos para poder cubrir un déficit fiscal que continúa creciendo sin parar.
China, segunda economía del orbe, está mejor posicionada, pero ya comienza a acusar síntomas de desaceleración como consecuencia del debilitamiento de sus mercados de exportación. A la vez, más de la mitad de sus reservas están colocadas en dólares norteamericanos, y su moneda, el yuan, se encuentra visiblemente sobrevaluado.
Japón tampoco supera el estancamiento en el que está sumido hace casi dos décadas, que lo ha llevado a perder su condición de segunda potencia económica.
Alemania, principal motor de la Eurozona, tiene la difícil tarea de asistir a las economías problematizadas del grupo (16 países). Le toca soportar el peso de las que tienen deudas soberanas y alcanzan cifras similares a sus PBI anuales (algunas, como Francia, hasta lo superan).
Aunque Alemania se respalda en el Banco Central Europeo, a este no le queda otra cosa que recomendar a sus dueños los ajustes indispensables y, al mismo tiempo, elevar las tasas de interés a corto plazo, lo que evidentemente contribuirá a aumentar los niveles de inflación.
Inglaterra y algunos de los países bajo su influencia están con los mismos problemas de déficit presupuestal que no pueden cubrir a corto plazo.
Esta situación por la que atraviesan las economías de los países más desarrollados preocupa sobremanera, tanto que la directora gerenta del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, ha expresado que nos encontramos ante una inminente crisis económica mundial, por la influencia que aquellas naciones ejercen sobre las demás de menor grado de desarrollo.
Los ministros de Economía de los países más desarrollados, recientemente reunidos en el G-7, han acordado disponer lo necesario para mantener la estabilidad financiera, pero no dan muestras de haber calibrado la gravedad de una situación cada vez más peligrosamente incierta.
Dentro de este panorama tan sombrío es indispensable que el Gobierno Peruano ponga en práctica el plan de contingencia que tiene elaborado, favorecido por el precio de los minerales y por un mercado hasta ahora firme para los futuros y derivados de las materias primas.
Aunque cuando llueve tupido todos se mojan, también es verdad que los que tomen las precauciones necesarias y convenientes sufrirán menos de las inclemencias climatológicas.
Ante esta nueva acentuación de la crisis internacional, resulta obvio pedir a nuestros gobernantes peruanos cuidar los logros económicos esmeradamente obtenidos hasta la fecha.
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