28 de noviembre de 2010

A DIEZ AÑOS DE LA TRANSICIÓN

Diez años después de su acceso accidental a la Presidencia de la República, es justo rendir homenaje al gran presidente de la transición democrática, Valentín Paniagua Corazao. Lo conocí a fines de la década del 70, cuando concurría a la sede de Acción Popular, partido en el cual no llegué a inscribirme, pero al que siempre llevo en el corazón por el enorme aprecio a don Fernando Belaunde y a Violeta Correa.

Valentín era entonces un líder emergente. A contracorriente de su figura menuda, mirada vivaz y sonrisa franca, se abría paso en el partido con la energía propia de sus ideales democráticos. No era de aquellos que usan como peldaños las cabezas de otros para ascender, sino que alentaba a sus pares y a los jóvenes para que fueran solidarios en la construcción de un plan de gobierno que mantuviera fidelidad con el Perú como doctrina. Honraba, así, el principio filosófico por el cual los acciopopulistas se llaman correligionarios y no compañeros, amigos o camaradas.

Hubo ocasiones en las que lo escuché debatir amablemente con otras personalidades del populismo, como Javier Alva, Ricardo Botto, Manuel Velarde, Juan Incháustegui, Javier Díaz Orihuela y tantísimos otros que soñaban con terminar las obras inconclusas del arquitecto. Muchas veces los argumentos de Valentín terminaban imponiéndose porque, además de la suave cadencia de su acento cusqueño, tenía una lógica jurídica impecable.

Con esa bonhomía, especial sentido de la humildad y decencia tanto humana como política, fue parlamentario y estadista experimentado. Diputado primerizo en 1963, fue reelegido en 1980 y llegó a ser presidente de la cámara en 1982. En 1985 se de-sempeñó como ministro de Educación y en 1990 fue uno de los grandes entusiastas del Fredemo. El 2000 volvió al Parlamento gracias a una votación modesta, pero mantuvo ese ascendiente político entre todas las bancadas que han tenido muy pocas personalidades democráticas de fines del siglo XX.

Precisamente el 2000 le tocó encabezar el regreso a la democracia tras una década del férreo autoritarismo y corrupción fujimontesinista. Desde el último intento re-reeleccionista, el 9 de junio, la oposición al régimen espurio se fue agudizando. En las calles se multiplicaron las protestas. A través de El Comercio, Canal N y “La República”, día tras día se publicaron mil y una denuncias. Nuestros editoriales fueron, además, misiles contra patrañas como aquella de la “interpretación auténtica” sobre el inexistente derecho de perpetuación gubernamental. Paralelamente, se estableció la Mesa de Diálogo auspiciada por la OEA, en torno a la cual nos reunimos tanto en el Hotel Country Club como en el Swissôtel.

Pese a todo, no emergía una fórmula eficiente y rápida para acabar con el régimen ilegítimo. Incluso la presión estadounidense notificó su interés por alargar el mando del autoritario, ante un eventual estallido violento. Muchos consideramos entonces que la situación no daba para más y por eso apoyamos entusiastas la Marcha de los Cuatro Suyos que encabezó Alejandro Toledo los días 26,27 y 28 de julio. El 14 de setiembre, gracias al Frente Independiente Moralizador, difundimos, a través de Canal N, el famoso video Kouri-Montesinos.

Las imágenes donde se ve al siniestro asesor entregando dinero a un parlamentario corrupto fueron la gota que derramó el vaso de la paciencia nacional. Poco después se censuró a la entonces presidenta del Congreso Martha Hildebrandt. Fujimori huyó y renunció vía fax desde Japón.

Tras un intenso debate, se acordó que la Presidencia de la República recayera transitoriamente en Valentín Paniagua Corazao quien, guiado por su humildad, inicialmente vaciló para ceder el cargo con generosidad a algún otro. Instalado en Palacio de Gobierno se abocó a restablecer el respeto a los derechos humanos y organizar las impecables elecciones del 2001. Los detalles de su breve mandato son ya historia, pero consta que hizo su mayor esfuerzo por devolver el espíritu libertario al gobierno, aunque no pudo concluir un proyecto moralizador que sigue pendiente en el sistema político. Sin embargo, su legado de demócrata cabal es imperecedero.

Coda: el popular y querido ‘Chaparrón’ murió en silencio el 16 de octubre del 2006. Yo no estaba entonces en el país, pero hubiese querido, por lo menos, acercarme a indagar por su salud. Él no solo hizo lo mismo conmigo años atrás, sino que incluso me ofreció, con sencillez y discreción, todo el apoyo que hubiera requerido en un momento de compleja enfermedad. A la postre son las acciones más básicas de solidaridad las que hacen grandes a personajes como Valentín. ¡Honra a su memoria!

Por: Hugo Guerra

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