En la modernidad el tiempo tenía historia, como bien señala Bauman. Esto gracias a su capacidad de contención. El prestigiado premio Príncipe de Asturias de comunicación y humanidades recayó este año en dos de los sociólogos más influyentes de nuestros tiempos, en el francés Alain Touraine y en el polaco Zygmunt Bauman.
Lo anterior por desarrollar “instrumentos conceptuales singularmente valiosos para entender el cambiante y acelerado mundo en el que vivimos”. Y es que tanto la sociología de la acción de Touraine, como la modernidad líquida de Bauman (que no postmodernidad), han transformado el campo de la comunicación, la cultura y la sociedad.
Existen visiones apocalípticas, en términos de Umberto Eco, como la de otro especialista de este campo, Dominique Wolton, que centrado en las consecuencias políticas y culturales de la globalización de la información, sostiene que la comunicación de nuestros días es tecnológicamente rica pero humanamente más pobre.
Más allá de estar de acuerdo o no con estas posiciones, debemos observar la forma en que las bases de la vida social han infundido en todos los ámbitos de nuestra vida, como señala Bauman, el status de “Superestructura”, un status donde la disolución de los sólidos nos transfirió a una progresiva emancipación de la economía; de sus tradicionales ataduras políticas, éticas y culturales, y “sedimentó un nuevo orden, definido en términos económicos”.
En la modernidad el tiempo tenía historia, como bien señala Bauman. Esto gracias a su capacidad de contención. Sin embargo, el tiempo ahora depende de la tecnología, de los medios de transporte artificial donde los límites heredados de la velocidad de movimiento pueden transgredirse. Esta condición tecnológica es analizada también por el investigador español José Luís Brea en Cultura RAM. Metáfora con la que describe las mutaciones de la cultura en la era de su distribución electrónica. A través de la jerga informática (ROM-RAM) explica la fugacidad de este tipo de cultura, que tiene cada vez menos una memoria de archivo, y cada vez más una de procesamiento; de interconexión de datos y sujetos de conocimiento.
Una cultura que se dispersa y clona en todas direcciones, que se reproduce y distribuye viralmente a toda una red deslocalizada, en una multiplicidad de no-lugares: “En tiempo real y con la misma lógica de lo vivo”.
No son pocos los sociólogos que sostienen que la memoria no es más detención del tiempo, suspensión que corta su flujo para retener y conservar el momento perdido, incluso se preguntan si la cultura seguirá sirviendo a la reproducción social, o más bien a la producción inventiva del mundo tecnológico, regido por la articulación RAM, gestora de interacciones recíprocas de códigos, como señala Brea.
Lo anterior en el terreno de la gestión cultural es determinante, pues no solamente introduce nuevos términos al campo, sino también nuevas formas de gestión.
Al grado que cabe preguntarse qué somos en la actualidad, ¿ciudadanos, consumidores, o simples usuarios?
Lo anterior por desarrollar “instrumentos conceptuales singularmente valiosos para entender el cambiante y acelerado mundo en el que vivimos”. Y es que tanto la sociología de la acción de Touraine, como la modernidad líquida de Bauman (que no postmodernidad), han transformado el campo de la comunicación, la cultura y la sociedad.
Existen visiones apocalípticas, en términos de Umberto Eco, como la de otro especialista de este campo, Dominique Wolton, que centrado en las consecuencias políticas y culturales de la globalización de la información, sostiene que la comunicación de nuestros días es tecnológicamente rica pero humanamente más pobre.
Más allá de estar de acuerdo o no con estas posiciones, debemos observar la forma en que las bases de la vida social han infundido en todos los ámbitos de nuestra vida, como señala Bauman, el status de “Superestructura”, un status donde la disolución de los sólidos nos transfirió a una progresiva emancipación de la economía; de sus tradicionales ataduras políticas, éticas y culturales, y “sedimentó un nuevo orden, definido en términos económicos”.
En la modernidad el tiempo tenía historia, como bien señala Bauman. Esto gracias a su capacidad de contención. Sin embargo, el tiempo ahora depende de la tecnología, de los medios de transporte artificial donde los límites heredados de la velocidad de movimiento pueden transgredirse. Esta condición tecnológica es analizada también por el investigador español José Luís Brea en Cultura RAM. Metáfora con la que describe las mutaciones de la cultura en la era de su distribución electrónica. A través de la jerga informática (ROM-RAM) explica la fugacidad de este tipo de cultura, que tiene cada vez menos una memoria de archivo, y cada vez más una de procesamiento; de interconexión de datos y sujetos de conocimiento.
Una cultura que se dispersa y clona en todas direcciones, que se reproduce y distribuye viralmente a toda una red deslocalizada, en una multiplicidad de no-lugares: “En tiempo real y con la misma lógica de lo vivo”.
No son pocos los sociólogos que sostienen que la memoria no es más detención del tiempo, suspensión que corta su flujo para retener y conservar el momento perdido, incluso se preguntan si la cultura seguirá sirviendo a la reproducción social, o más bien a la producción inventiva del mundo tecnológico, regido por la articulación RAM, gestora de interacciones recíprocas de códigos, como señala Brea.
Lo anterior en el terreno de la gestión cultural es determinante, pues no solamente introduce nuevos términos al campo, sino también nuevas formas de gestión.
Al grado que cabe preguntarse qué somos en la actualidad, ¿ciudadanos, consumidores, o simples usuarios?
No hay comentarios:
Publicar un comentario