El efecto dominó, iniciado con la revuelta de Túnez, parece haber alcanzado al gobierno egipcio de Hosni Mubarak. El brillante internacionalista indio Parag Khanna dice en su libro “El segundo mundo”, al referirse a los países de África del norte: “Hoy en día, en Egipto se dan todas las condiciones para una revolución islamista: disparidad de la riqueza, conflicto en la élite, opresión religiosa y alienación política”.
Egipto es una de las potencias regionales con mayor valor estratégico y con una gran riqueza cifrada especialmente en su petróleo y en el turismo, además de la cooperación estadounidense, de quien es una pieza importante en su ajedrez geopolítico, y del comercio marítimo mundial, que pasa por el Canal de Suez y que le reporta a la nación más de 4.000 millones de dólares anuales en concepto de aranceles.
Pero nada de estas riquezas le llega a la población y los sectores populares viven sumidos en una precariedad social, política y económica.
Con 82 años y cerca de tres décadas en el poder, el presidente Hosni Mubarak, el ‘Faraón’, siguiendo la metodología fijada por la soberbia de las autocracias, ya había seleccionado a su hijo Gamal como su sucesor.
Pero la población tenía otros planes y con la dinámica iniciada en Túnez salió a las calles en protesta contra el régimen y hartos del ‘Faraón’ a exigir libertad, empleo y combate a la corrupción. La revuelta llamada ‘días de ira’ tiene todas las características de un conflicto de clases, aunque todavía no ha sido posible definirlo.
La represión no se hizo esperar y el régimen apeló a una ley de emergencia que permite las detenciones arbitrarias y que ha sido el recurso permanente para acallar las voces de protesta.
La actividad opositora se generó en la ciudad de Malhalla, ciudad símbolo de las acciones políticas y que en el 2006 y en el 2008 fue el centro de los movimientos obreros y el germen de la huelga generalizada .
En la antigua religión egipcia se decía que el dios Amón-Ra cegaba a los soberbios y ese defecto es el que ha exhibido Mubarak en los últimos días. Cuando arreció la revuelta, se bloqueó Internet y los celulares para evitar que la población se comunicara entre sí. Pero la población recurrió al mensaje verbal y directo y las marchas han continuado con gran violencia, y se habla de más de 30 muertos y cientos de heridos.
En un gesto desesperado para mantenerse en el poder, Mubarak ha destituido a todos sus ministros, a quienes culpa de las arbitrariedades y la corrupción, e incluso ha llegado a decir: “Soy consciente de las aspiraciones a favor de más democracia, el combate al desempleo, la lucha contra la pobreza y la guerra contra la corrupción”.
Una vieja sentencia dice que el poder corrompe, pero el miedo a perderlo corrompe absolutamente.
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