11 de marzo de 2012

LOS 120 AÑOS DE CÉSAR VALLEJO, EL POETA DE LOS PERUANOS

La nostalgia es redundante en la patria de Vallejo.

Esta tarde una breve lluvia baña de feliz melancolía las estrechas calles de Santiago de Chuco. El agua golpea suavemente los tejados. La gente se acomoda y murmura en las veredas. Los gorriones han dejado de cantar. A lo lejos, dos perros ladran. En un bar de la esquina de la plaza central un grupo de mineros va por su enésima botella de cerveza. La niebla de marzo avanza y devora casas y calles, árboles y personas. A un kilómetro de allí, don Julio Narváez, el guardián del cementerio del pueblo, recorre por última vez en el día los nichos del camposanto. La espesa neblina ha llegado hasta aquí y ha sepultado bajo su manto los viejos sepulcros. Don Julio inicia su recorrido por una tumba vacía: la tumba de César Vallejo.


TUMBA SIN CUERPO
Cerca del ingreso al cementerio está la única tumba sin restos. “Hace unos meses la municipalidad decidió construir un nicho similar al que tiene Vallejo en París: Santiago quiere tener también un lugar donde recordarlo”, dice don Julio. Es un nicho de cemento que, a diferencia del de Montparnasse, tiene una enorme cruz en la que se ha escrito con tinta negra “César A. Vallejo Mendoza”. “Aún no está listo. Estará cubierto de mármol plateado, como la de París, y se inaugurará en abril con la esperanza de que algún día sus restos vuelvan”, dice el alcalde, Juan Gabriel Alipio. Un collar de flores pende de la cruz: es un homenaje desde la ausencia, una forma de hacer memoria desde el olvido.

El viento arrastra la fragancia de los eucaliptos y la tierra húmeda: “El ámbar otoñal del panorama/toma un frío matiz de gris doliente”. La niebla entorpece la visión, pero don Julio es ágil y avanza rápido. A unos metros de allí, muestra otra tumba, la de los padres del poeta. Pero no hay lápida ni nombres ni fechas ni cruces ni flores. Solo una piedra negra sobre una piedra blanca, y un viejo y ennegrecido tallo de eucalipto. “Por ese tallo, se encontró el lugar de la tumba: se habían perdido y un amigo de la familia ayudó a encontrarlos”, recuerda el panteonero. Solo aquellas piedras y ese insignificante tallo recuerdan que allí reposan los restos de Francisco de Paula Vallejo Benítez y María de los Santos Mendoza Gurrionero, padres del vate e hijos de dos curas españoles.

Si un cementerio es la memoria silente de los hombres que habitaron un pueblo, Julio Narváez es en Santiago de Chuco el fiel protector de esa memoria. Este hombre pequeño de 60 años y gestos solemnes custodia las tumbas desde hace 32 años, los últimos ocho acompañados por Lobita, la fiel y celosa perra que sigue cada uno de sus pasos. Lo que sabe de Vallejo lo aprendió de don Francisco Miyano, vallejiano y célebre profesor del colegio donde estudió el poeta y que ahora se cae a pedazos por culpa de algún burócrata indiferente. “Siempre nos hablaba de Vallejo, leía su poesía y nosotros la memorizábamos”, recuerda.


DOBLE OLVIDO
Por su profesor, don Julio sabe que Vallejo tuvo doce hermanos y que la mayoría fueron enterrados aquí, aunque aquí las tumbas hayan desaparecido víctimas más del olvido que del tiempo. No existe un registro de los lugares donde los cuerpos fueron enterrados antes de mediados del siglo XX. “Nadie visita estas tumbas”, se queja. De todos los hermanos de Vallejo sepultados aquí, solo queda el nicho de Augusto. El hermano que falleció en 1956 tampoco tiene flores: “Hoy no ha venido nadie/ No he visto ni una flor de cementerio/en tan alegre procesión de luces/¡Perdóname, Señor!: ¡qué poco he muerto”.

En estos meses de intensas lluvias, don Julio protege estos sepulcros del temible suncho, esa hierba mala que crece con la lluvia y sepulta, más que el olvido, las tumbas viejas. “Hay que retirarlas todos los días porque crecen rápido, sino después no encontramos los lugares”, dice. Una de las tumbas a las que se le ha perdido el rastro en este cementerio es la del más querido de los hermanos de Vallejo, Miguel, que murió el 22 de agosto de 1915: “En la enlutada casa paterna aún perdura/un mundo de memorias de ti, que has muerto… ¡Ay!/ Aún en mi alma tiembla la luz de tu ternura/como una golondrina que viene y se va”.


UNASQUEDA INFRUCTUOSA
La mujer que custodia el archivo parroquial de la iglesia de Santiago de Chuco nos dice que allí no está la partida de bautizo de César Vallejo, que ya la ha buscado en la versión digital y que no está, que lo siente. “¿Puede buscar en los archivos de papel, por favor?”, insistimos. Nos mira con flojera: es casi la hora del almuerzo. “Debe estar en mayo de 1892”, ayudamos. Se va y unos minutos después regresa con un empolvado cuaderno de hojas amarillentas y quebradizas. Buscamos hoja por hoja, bautizo tras bautizo, pero la partida de Vallejo no está. Estuvo, pero, como las tumbas de sus hermanos en el cementerio, también ha desaparecido.

Se conoce la fecha de muerte del poeta, pero no hay certeza sobre la de su nacimiento. Ningún documento oficial menciona que Vallejo nació el 16 de marzo de 1892, como se celebra ahora. La viuda del poeta, Georgette Philippart, anotó en su “Apuntes biográficos sobre Poemas Humanos” (1968) que el registro 722 del libro parroquial de bautizo decía: “En esta santa iglesia de Santiago de Chuco a los diez y nueve días del mes de mayo de mil ochocientos noventidós. Yo, el cura compañero, bauticé, exorcicé, puse óleo y crisma a un niño de sexo masculino, de dos meses, a quien nombré César Abraham, hijo legítimo de Francisco de Paula Vallejo y María de los Santos Mendoza”.

No solo no había una fecha exacta en la partida, Georgette contó que la fecha de nacimiento que aparecía en el pasaporte del poeta indicaba el 6 de junio de 1893. “Y esa era la fecha en la que él celebraba su cumpleaños”, escribió. ¿Por qué se adoptó, entonces, el 16 de marzo como la fecha de su cumpleaños?

Hace varios años, una investigación del vallejiano André Coyné concluyó, basándose en los dos meses que tenía Vallejo al ser bautizado y la costumbre católica de bautizar al niño con el nombre del santo que se celebra el día que nace, que, como el segundo nombre del poeta era Abraham, este había nacido 16 de marzo. La viuda del poeta siempre rechazó esta hipótesis. “El 6 de junio es la fecha de su nacimiento que él vive y vivirá hasta el día de su muerte. Esa es la realidad de Vallejo”, escribió. En la Municipalidad de Santiago de Chuco, la duda persiste. Las autoridades dicen que hallarán la partida de bautizo y que esta será exhibida en la restaurada casa del poeta, junto con sus primeros manuscritos, una imagen de Santiago Labrador, una vitrola y un escritorio. La presencia del poeta retornará a la casa vacía.

Como él escribió, una casa, como una tumba, vive únicamente de hombres: la casa se nutre de la vida del hombre; la tumba, de su muerte.

–¿Qué fecha de nacimiento pondrán en la casa y en la tumba sin cuerpo de Vallejo?

–Tal vez no pongamos fecha, responde un funcionario municipal.

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