28 de febrero de 2013

SEDE VACANTE

Roma, 1406, el cónclave en el que resultó elegido Gregorio XII estaba compuesto por quince cardenales que, con el propósito de poner fin al Cisma de Occidente, participaron en el mismo con la condición de que el elegido dimitiría del papado si el papa de Avignon, Benedicto XIII, presentaba a su vez su renuncia.

Ambos pontífices iniciaron conversaciones para lograr un encuentro en Savona, pero la poca disponibilidad de ambos para solucionar el conflicto, el temor a que dicho encuentro fuese aprovechado por el rival para capturar al contrario, unido a las maquinaciones políticas del rey de Nápoles, Ladislao, y de la familia de Gregorio XII; hicieron que dicha reunión no se llevara a cabo.

Los cardenales de Gregorio XII mostraron su descontento con la postura de este y amenazaron con abandonarlo, por lo que Gregorio XII convocó una reunión con su curia en la ciudad de Lucca en la que, el 4 de mayo de 1408, ordenó que no abandonasen la ciudad poniéndolos bajo vigilancia y procediendo además, a fortalecer su posición, nombrando a cuatro de sus sobrinos nuevos cardenales.

Ante este y otros acontecimientos marcados por acusaciones de herejía, perjurio y corrupción, el Papa Gregorio XII renunció voluntariamente el 4 de julio de 1415 mediante una bula.

Roma, 2013 (598 años despúes), el Papa Benedicto XVI dimite en su cargo apostólico como Obispo de Roma y Vicario de Cristo en la Tierra. Si bien es cierto que los contextos históricos y políticos son temporalmente diferentes, encontramos algunas similitudes entre la situación que llevó a la renuncia de ambos Papas.

Benedicto XVI se sintió, por más que lo niegue, solo, abandonado en la cruzada que emprendió hace 8 años por llevar la barca de Cristo por aguas más calmadas y reformar ciertos aspectos que él ya conocía y que creo no fueron novedad para él cuando le entregaron el informe de los llamados Vatileaks; el cisma del siglo XXI no fue teológico ni mucho menos político, el Cisma que llevó a esta dimisión fueron la gran corrupción que hay al interior de la Santa Sede y las acusaciones de abusos sexuales por parte de numerosos cardenales que incluso participarán en la elección del sucesor de Benedicto XVI.

Pero para nada esto debe alegrar a quienes estaban en contra de la forma en que Benedicto XVI manejaba las cosas en el Vaticano, como católico me entristece mucho su actitud y su dimisión, muestra para unos de fortaleza espiritual y de anteponer los intereses de la Iglesia a sus propios intereses personales, de dar un paso al costado para que la barca de Cristo no se hunda, reconociendo él mismo que sintió que en "algunos momentos Jesús parecía dormido" y no escuchaba sus oraciones, sentimiento que creo muchos cristianos alguna vez hemos experimentado. Benedicto XVI deja el sillón de San Pedro asqueado de tanta inmoralidad  y sobre todo de tanta impunidad, se va sin poder haber hecho casi nada al respecto lo que me deja con la duda de que habría hecho más por la iglesia como Papa en actividad que como Papa renunciante.

No soy teólogo ni pretendo serlo, pero recuerdo cuando Jesús oraba en el huerto de Getzemaní a Dios, su padre, rogándole "Padre, si puedes aparata de mi este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya" y la respuesta de Dios fue el silencio, silencio que Jesús asumió como compromiso de seguir con su obra salvadora hasta las últimas consecuencias, ¿qué hubiera pasado si Cristo, asqueado de tanta maldad en el mundo, hubiera renunciado a su misterio salvífico?.

Yo tengo mi propia conclusión al respecto, pero no quisiera orientar pensamientos ni direccionar opiniones, pero quisiera dejarlos con dos citas, la primera del Beato Juan Pablo II, predecesor de Benedicto XVI, quién sostenía que renunciar al papado era como abandonar la cruz y advertía para sí mismo "como grave obligación de conciencia el deber de continuar desarrollando la tarea a la que Cristo mismo me ha llamado"; y la segunda, de Mario Vargas Llosa, quien en alusión al tema decía: "Sólo abandonan el poder absoluto, con la facilidad con que él acaba de hacerlo, aquellas rarezas que, en vez de codiciarlo, desprecian el poder".

Solo nos queda orar para que el Espíritu Santo ilumine a los señores cardenales y elijan al Papa que nuestra iglesia merece y que tanto necesita.

24 de febrero de 2013

EL HOMBRE QUE ESTORBABA

No sé por qué ha sorprendido tanto la abdicación de Benedicto XVI; aunque excepcional, no era imprevisible. Bastaba verlo, frágil y como extraviado en medio de esas multitudes en las que su función lo obligaba a sumergirse, haciendo esfuerzos sobrehumanos para parecer el protagonista de esos espectáculos obviamente írritos a su temperamento y vocación. A diferencia de su predecesor, Juan Pablo II, que se movía como pez en el agua entre esas masas de creyentes y curiosos que congrega el Papa en todas sus apariciones, Benedicto XVI parecía totalmente ajeno a esos fastos gregarios que constituyen tareas imprescindibles del Pontífice en la actualidad. Así se comprende mejor su resistencia a aceptar la silla de San Pedro que le fue impuesta por el cónclave hace ocho años y a la que, como se sabe ahora, nunca aspiró. Sólo abandonan el poder absoluto, con la facilidad con que él acaba de hacerlo, aquellas rarezas que, en vez de codiciarlo, desprecian el poder.

No era un hombre carismático ni de tribuna, como Karol Wojtyla, el Papa polaco. Era un hombre de biblioteca y de cátedra, de reflexión y de estudio, seguramente uno de los Pontífices más inteligentes y cultos que ha tenido en toda su historia la Iglesia católica. En una época en que las ideas y las razones importan mucho menos que las imágenes y los gestos, Joseph Ratzinger era ya un anacronismo, pues pertenecía a lo más conspicuo de una especie en extinción: el intelectual. Reflexionaba con hondura y originalidad, apoyado en una enorme información teológica, filosófica, histórica y literaria, adquirida en la decena de lenguas clásicas y modernas que dominaba, entre ellas el latín, el griego y el hebreo.

Aunque concebidos siempre dentro de la ortodoxia cristiana pero con un criterio muy amplio, sus libros y encíclicas desbordaban a menudo lo estrictamente dogmático y contenían novedosas y audaces reflexiones sobre los problemas morales, culturales y existenciales de nuestro tiempo que lectores no creyentes podían leer con provecho y a menudo —a mí me ha ocurrido— turbación. Sus tres volúmenes dedicados a Jesús de Nazaret, su pequeña autobiografía y sus tres encíclicas —sobre todo la segunda, Spe Salvi, de 2007, dedicada a analizar la naturaleza bifronte de la ciencia que puede enriquecer de manera extraordinaria la vida humana pero también destruirla y degradarla—, tienen un vigor dialéctico y una elegancia expositiva que destacan nítidamente entre los textos convencionales y redundantes, escritos para convencidos, que suele producir el Vaticano desde hace mucho tiempo.

A Benedicto XVI le ha tocado uno de los períodos más difíciles que ha enfrentado el cristianismo en sus más de dos mil años de historia. La secularización de la sociedad avanza a gran velocidad, sobre todo en Occidente, ciudadela de la Iglesia hasta hace relativamente pocos decenios. Este proceso se ha agravado con los grandes escándalos de pedofilia en que están comprometidos centenares de sacerdotes católicos y a los que parte de la jerarquía protegió o trató de ocultar y que siguen revelándose por doquier, así como con las acusaciones de blanqueo de capitales y de corrupción que afectan al banco del Vaticano.

El robo de documentos perpetrado por Paolo Gabriele, el propio mayordomo y hombre de confianza del Papa, sacó a la luz las luchas despiadadas, las intrigas y turbios enredos de facciones y dignatarios en el seno de la curia de Roma enemistados por razón del poder. Nadie puede negar que Benedicto XVI trató de responder a estos descomunales desafíos con valentía y decisión, aunque sin éxito. En todos sus intentos fracasó, porque la cultura y la inteligencia no son suficientes para orientarse en el dédalo de la política terrenal, y enfrentar el maquiavelismo de los intereses creados y los poderes fácticos en el seno de la Iglesia, otra de las enseñanzas que han sacado a la luz esos ocho años de pontificado de Benedicto XVI, al que, con justicia, L’Osservatore Romano describió como “un pastor rodeado por lobos”.

Pero hay que reconocer que gracias a él por fin recibió un castigo oficial en el seno de la Iglesia el reverendo Marcial Maciel Degollado, el mejicano de prontuario satánico, y fue declarada en reorganización la congregación fundada por él, la Legión de Cristo, que hasta entonces había merecido apoyos vergonzosos en la más alta jerarquía vaticana. Benedicto XVI fue el primer Papa en pedir perdón por los abusos sexuales en colegios y seminarios católicos, en reunirse con asociaciones de víctimas y en convocar la primera conferencia eclesiástica dedicada a recibir el testimonio de los propios vejados y de establecer normas y reglamentos que evitaran la repetición en el futuro de semejantes iniquidades. Pero también es cierto que nada de esto ha sido suficiente para borrar el desprestigio que ello ha traído a la institución, pues constantemente siguen apareciendo inquietantes señales de que, pese a aquellas directivas dadas por él, en muchas partes todavía los esfuerzos de las autoridades de la Iglesia se orientan más a proteger o disimular las fechorías de pedofilia que se cometen que a denunciarlas y castigarlas.

Tampoco parecen haber tenido mucho éxito los esfuerzos de Benedicto XVI por poner fin a las acusaciones de blanqueo de capitales y tráficos delictuosos del banco del Vaticano. La expulsión del presidente de la institución, Ettore Gotti Tedeschi, cercano al Opus Dei y protegido del cardenal Tarcisio Bertone, por “irregularidades de su gestión”, promovida por el Papa, así como su reemplazo por el barón Ernst von Freyberg, ocurren demasiado tarde para atajar los procesos judiciales y las investigaciones policiales en marcha relacionadas, al parecer, con operaciones mercantiles ilícitas y tráficos que ascenderían a astronómicas cantidades de dinero, asunto que sólo puede seguir erosionando la imagen pública de la Iglesia y confirmando que en su seno lo terrenal prevalece a veces sobre lo espiritual y en el sentido más innoble de la palabra.

Joseph Ratzinger había pertenecido al sector más bien progresista de la Iglesia durante el Concilio Vaticano II, en el que fue asesor del cardenal Frings y donde defendió la necesidad de un “debate abierto” sobre todos los temas, pero luego se fue alineando cada vez más con el ala conservadora, y como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la antigua Inquisición) fue un adversario resuelto de la Teología de la Liberación y de toda forma de concesión en temas como la ordenación de mujeres, el aborto, el matrimonio homosexual e, incluso, el uso de preservativos que, en algún momento de su pasado, había llegado a considerar admisible.

Esto, desde luego, hacía de él un anacronismo dentro del anacronismo en que se ha ido convirtiendo la Iglesia. Pero sus razones no eran tontas ni superficiales y quienes las rechazamos, tenemos que tratar de entenderlas por extemporáneas que nos parezcan. Estaba convencido que si la Iglesia católica comenzaba abriéndose a las reformas de la modernidad su desintegración sería irreversible y, en vez de abrazar su época, entraría en un proceso de anarquía y dislocación internas capaz de transformarla en un archipiélago de sectas enfrentadas unas con otras, algo semejante a esas iglesias evangélicas, algunas circenses, con las que el catolicismo compite cada vez más –y no con mucho éxito— en los sectores más deprimidos y marginales del Tercer Mundo. La única forma de impedir, a su juicio, que el riquísimo patrimonio intelectual, teológico y artístico fecundado por el cristianismo se desbaratara en un aquelarre revisionista y una feria de disputas ideológicas, era preservando el denominador común de la tradición y del dogma, aun si ello significaba que la familia católica se fuera reduciendo y marginando cada vez más en un mundo devastado por el materialismo, la codicia y el relativismo moral.

Juzgar hasta qué punto Benedicto XVI fue acertado o no en este tema es algo que, claro está, corresponde sólo a los católicos. Pero los no creyentes haríamos mal en festejar como una victoria del progreso y la libertad el fracaso de Joseph Ratzinger en el trono de San Pedro. Él no sólo representaba la tradición conservadora de la Iglesia, sino, también, su mejor herencia: la de la alta y revolucionaria cultura clásica y renacentista que, no lo olvidemos, la Iglesia preservó y difundió a través de sus conventos, bibliotecas y seminarios, aquella cultura que impregnó al mundo entero con ideas, formas y costumbres que acabaron con la esclavitud y, tomando distancia con Roma, hicieron posibles las nociones de igualdad, solidaridad, derechos humanos, libertad, democracia, e impulsaron decisivamente el desarrollo del pensamiento, del arte, de las letras, y contribuyeron a acabar con la barbarie e impulsar la civilización.

La decadencia y mediocrización intelectual de la Iglesia que ha puesto en evidencia la soledad de Benedicto XVI y la sensación de impotencia que parece haberlo rodeado en estos últimos años es sin duda factor primordial de su renuncia, y un inquietante atisbo de lo reñida que está nuestra época con todo lo que representa vida espiritual, preocupación por los valores éticos y vocación por la cultura y las ideas.

16 de febrero de 2013

SOCIOLOGÍA DE LA RELIGIÓN

Sociología especial dedicada al estudio empírico de las concepciones del mundo, instituciones (iglesias, comunidades, sectas, etc.) y formas de conducta religiosas, unidas en un mismo contexto vital sociocultural.

La sociología de la religión investiga:

  • La relación que hay entre evolución religiosa y desarrollo social en general.
  • La acción social basada en la religión en relación con otros ámbitos de la conducta social y humana.
  • Las estructuras sociales de grupos y organizaciones religiosas.
  • Las funciones normativas, integradoras y fijadoras de sentido que la religión ejerce en las formaciones sociales y las relaciones colectivas, así como su papel en la aparición de conflictos sociales.
  • Las distintas maneras como se relacionan las creencias religiosas y su manifestación en el simbolismo religioso y los rituales, sobre todo la llamada "confesionalidad".
  • La relación entre la "confesionalidad" socialmente organizada con los principios de constitución y desarrollo de otras organizaciones sociales.


Según la base teórico-ideológica de donde se parta en los análisis, la interpretación sociológica de la religión se aplica a un espectro más o menos amplio de la población. Por un lado, según el planteamiento de la antropología cultural, la religión cumple la función de hacer emocionalmente soportables, a los individuos y a la vida social en general, aquellos problemas irresolubles que significan un peligro para la subsistencia de la sociedad (la muerte, la infelicidad, etc.), y la de crear los símbolos que confieran "unidad" a la misma sociedad. Por otro lado, las teorías crítico-marxistas destacan la función apologética y encubridora de la religión frente a las relaciones de dominación existentes. Y según el punto de vista sea más idealista o más materialista, la religión será considerada como causa del modelo y del estado de orden social, o como la racionalización e ideologización posterior de estadios de desarrollo social e intereses ya existentes.

Las investigaciones sociológicas confesionales y las investigaciones de sociología de las organizaciones estudian las "leyes" sociales de acuerdo con las cuales se desarrolla una fe religiosa en el seno de confesiones religiosas, sectas o estructuras eclesiásticas en general, se "traduce" en pautas de conducta religiosa y en símbolos religiosos y, de este modo, se recibe, cultiva, expande, confirma y se adapta a los cambios de las restantes formas de vida social. Otros estudios sobre sociología de las religiones se ocupan de las relaciones entre la desideologización cultural general y la secularización de la sociedad, e investigan la relación que hay entre creencias religiosas y estructura social vertical, por un lado, y el sistema social de sanciones religiosas según la estratificación social, por otro. Consideraciones político-sociales siguen los principios de provisión de plazas y orden de competencia de las posiciones de dominio eclesiástico y de los vínculos resultantes entre fines de la Iglesia e influencias sociales, jurídicas y estatales. Estudios sobre la secularización de la sociedad actual ven en los fenómenos de pasividad religiosa, feminización de la comunidad, senescencia e "infantilismo" el problema de una configuración y recomposición, en conformidad con los tiempos, de la fe religiosa en las condiciones de existencia social de la sociedad urbana, sobre todo.

Para quienes deseen ampliar sus conocimientos sobre esta rama de la Sociología General, se recomienda la lectura de los siguientes textos:


  1. "Sociología de la religión" de R. Bastide.
  2. "Para una teoría sociológica de la religión" de P. Berger.
  3. "Hacia una sociología de la irreligión" de C. Campbell.
  4. "La religión invisible: el problema de la religión en la sociedad moderna" de T. Luckmann.
  5. "Introducción a la sociología de la religión" de J. Matthes.
  6. "La ética protestante y el espíritu del capitalismo" y "Sociología de la religión" de M. Weber
Karl-Heinz Hillmann: "Diccionario enciclopédico de sociología".

14 de febrero de 2013

LÍQUIDO Y SOLUBLE

En esta fecha quisiera compartir una reflexiones de un contemporáneo de la Sociología (y no por contemporáneo menos importante que los clásicos) me refiero al gran Zygmunt Bauman, quién hace unos años escribió "Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos", obra que ha venido a trastocar los viejos paradigmas sobre el amor, los sentimientos y las relaciones humanas. 

Estas reflexiones, a manera de consejos, se pueden observar cada vez más en esta mundo líquido tan cambiante y tan impredecible:

  • Las relaciones, como los autos, deben ser sometidas regularmente a una revisión para determinar si pueden continuar funcionando.
  • El compromiso a largo plazo es una trampa que el empeño de relacionarse debe evitar a toda costa. Al comprometerse, usted debe recordar que tal vez esté cerrándole la puerta a otras posibilidades amorosas que podrían ser más satisfactorias y gratificantes.
  • Las promesas de compromiso a largo plazo no tienen sentido. Al igual que otras inversiones, primero rinden y luego declinan. Si usted quiere relacionarse, será mejor que se mantenga a distancia; si quiere que su relación sea plena, no se comprometa ni exija compromisos. Mantenga todas sus puertas abiertas permanentemente.
  • Es imposible aprender a amar. Cuando llegue el momento, el amor y la muerte caerán sobre nosotros, a pesar de que no tenemos ni un indicio de cuándo llegará ese momento. Nos tomará desprevenidos.
  • Podemos enamorarnos más de una vez; la definición romántica del amor ("hasta que la muerte nos separe") está decididamente pasada de moda, ya que ha trascendido su fecha de vencimiento debido a la reestructuración radical de las estructuras de parentesco de las que dependía y de las cuales extraía su vigor e importancia.
  • En todo amor hay por lo menos dos seres, y cada uno de ellos es la gran incógnita de la ecuación del otro.
  • La promesa de aprender el arte de amar es la promesa (falsa, engañosa, pero inspiradora del profundo deseo de que resulte verdadera) de lograr experiencia en el amor como si se tratara de cualquier mercancía.
  • En lo que al amor se refiere, la posesión, el poder, la fusión y el desencanto son los cuatro jinetes del Apocalipsis.
  • El amor es un préstamo hipotecario a cuenta de un futuro incierto e inescrutable.
  • El amor y la ansia de poder son gemelos siameses: ninguno de los dos podría sobrevivir a la separación.
  • AL igual que otros productos, la relación es para consumo inmediato y para uso único, sin perjuicios. Primordial y fundamentalmente, es descartable. Si resultan defectuosos o no son plenamente satisfactorios, los productos pueden cambiarse por otros, ¿acaso hay una razón para que las relaciones de pareja sean una excepción a la regla?
  • Estar en una relación significa un montón de dolores de cabeza, pero sobre todo una perpetua incertidumbre. Uno nunca puede estar verdadera y plenamente seguro de lo que debe hacer, jamás tendrá la certeza de que ha hecho lo correcto o de que lo ha hecho en el momento adecuado.
  • El amor es una de las respuestas paliativas a la bendición/maldición de la individualidad humana, uno de cuyos atributos es la soledad que provoca la condición de estar separado del resto.
  • Las relaciones deben pesar sobre los hombros como un abrigo ligero, que puede dejarse de lado en cualquier momento y que uno debe preocuparse más que nada de que no se conviertan, inadvertidamente y subrepticiamente en una coraza de acero.
  • Ni siquiera los matrimonios se realizan en el cielo, y lo que los seres humanos han unido puede ser disuelto por los seres humanos.
  • El viejo estilo de matrimonio "hasta que la muerte nos separe", ya desplazado por la reconocidamente temporaria cohabitación del tipo "veremos cómo funciona", es reemplazado ahora por una "reunión" de tiempo parcial y flexible.
Hasta aquí con algunas reflexiones de este sociólogo polaco; en resumen su libro parte de un presupuesto fundamental: al igual que el agua (líquido) el amor puede tomar la cualquier forma, dependiendo del recipiente (persona) que lo contenga, desde este enfoque resulta entonces apropiada la afirmación "Yo no me enamoro de un género, sino de un ser humano". ¡Feliz día de los enamorados!

10 de febrero de 2013

EDUCACIÓN SIN PRUEBAS

Para nadie es un secreto que el tema de la educación pública ha sido y es uno de los más importantes para el Estado, sin embargo dicha importancia queda en segundo lugar al ver como las políticas públicas de este sector no guardan relación alguna con la actual realidad educativa que tenemos en el país. 

El día de hoy me entero de que el Ministerio de Educación, seguro con el afán de promover la tan mentada inclusión social, ha prohibido que los colegios tomen exámenes de entrada a los nuevos estudiantes para cubrir las vacantes que año a año son cada vez mayores, debido a la gran demanda educativa que tenemos; es decir no habrá un filtro que determine quién puede o no estudiar, todas serán bienvenidos si ningún tipo de excepción.

El ministerio olvida algunas cosas importantes, la primera es que no todos están hechos para el estudio, creer eso es engañar a la gente, en mis cerca de 9 años en la educación básica secundaria he podido constatar esta afirmación; cientos de estudiantes que solo van al colegio por obligación, no por su propia voluntad, violando uno de los principios básicos del ser humano: la libertad de elegir. La eliminación de los exámenes de entrada, en este punto, suprimiría un primer tamiz por el cual deberían pasar todos los niños y niñas que aspiran a empezar sus estudios.

En segundo lugar, el ministerio olvida la terrible, por no decir paupérrima situación en la que se encuentran los diferentes centros educativos en todo el país, infraestructura deficiente, equipamiento insuficiente para los ya miles de estudiantes, ¿dónde estudiaran si ya no hay ese filtro? ¿acaso cuenta el ministerio con la infraestructura necesaria para recibir a todos los niños (obviamente debería, pero no es así)? o ¿las clases se hacinaran con 50, 60 u 80 estudiantes por aula?.

En tercer lugar, el ministerio olvida que su labor principal es proporcionar educación de calidad, ¿por qué han aumentado el número de colegios particulares en los últimos años? Simplemente porque los padres de familia se han dado cuenta que la educación pública no cubre con sus expectativas, ¿que ha hecho el ministerio para revertir esta situación? Poco o nada. 

Desde el sector privado, la eliminación del examen de ingreso no será un problema, por el contrario acrecentará la apertura de sucursales (igual que en el sistema universitario) y el consecuente aumento de los ingresos de promotores escolares y dueños de estos colegios. Para el sector público el panorama no es tan alentador.

3 de febrero de 2013

SOCIOLOGÍA POLÍTICA

Sociología especial que, recurriendo a planteamientos, puntos de vista, conceptos y teorías sociológicas, así como a métodos de sociología empírica, investiga los fenómenos políticos. Constituye, a la vez, el puente que lleva a las ciencias políticas. Parte de la concepción de que la política y el Estado no constituyen un mundo separado, sino que están insertos de muy diversas maneras en la vida sociocultural. Por consiguiente, la sociología política investiga las relaciones, las influencias recíprocas y la interdependencia entre ideologías, sistemas de valores, intereses, sistemas económicos, estructuras sociales, formaciones sociales y pautas de conducta, por un lado, y orden político-estatal, sistemas de dominación, instituciones y procesos de poder y decisión, por el otro lado. Un problema central lo constituyen los supuestos y las consecuencias sociales de la acción estatal y política. 


En concreto, la sociología política investiga: 
  • El poder político, los sistemas de dominación y las bases de legitimación social y cultural de la dominación política. 
  • La aparición y el desarrollo de las ideologías políticas, las mentalidades, las actitudes, las opiniones y los prejuicios en relación con determinadas relaciones sociales y grupos de intereses y de dominación. 
  • El problema de las élites (teoría de las élites, distintos tipos de élites en el cambio social). 
  • La burocracia y la burocratización. 
  • Los partidos políticos. 
  • Las contribuciones de los grupos de intereses y los grupos sociales a la formación de voluntad política. 
  • Las influencias mutuas entre opinión pública y medios de comunicación de masas, por un lado, y estructuras de influencia política y procesos políticos, por el otro lado. 
  • La relación entre cultura política, moral, normas, socialización y conducta y estructuras generales de las tendencias ideológicas, valores socioculturales, grupos sociales, organizaciones, instituciones y formas de conducta. 
  • Las formas y la intensidad de la conducta política de los miembros de la sociedad, que van del compromiso a la apatía, la conducta electoral, los procesos de adaptación, las posibilidades de participación. 
  • La influencia política de los nuevos movimientos sociales. 
  • Los aspectos políticos de los procesos de intercambio cultural y las tendencias al desarrollo de una sociedad mundial. 
Los problemas de la sociología política suelen tratarse también en el ámbito de los estudios de sociología de la economía, sociología de la familia, sociología de la educación, sociología de las organizaciones y sociología del conocimiento. 

Entre los precursores de la sociología política están Thomas Hobbes, Montesquieu, Adam Ferguson, Alexis de Tocqueville y Karl Marx. El fundador propiamente dicho fue Max Weber. Aportaciones particularmente importantes son las de sus discípulos Karl Mannheim y Seymour Lipset. Tras la segunda guerra mundial, en Alemania la sociología política fue revitalizada por la obra de Stammer. 

A partir de la década de 1980, consolidada ya institucionalmente la sociología política, los estudios de esta área específica del conocimiento lo comparten sociólogos y politólogos.

Karl-Heinz Hillmann: "Diccionario enciclopédico de sociología".