14 de octubre de 2012

CHAVISMO Y AUTORITARISMO

El triunfo –aparentemente sin fraude– de Hugo Chávez el domingo pasado demostró de nuevo que Venezuela no es una plena dictadura. La oposición competió seriamente por el poder a través de elecciones. La elección generó incertidumbre. De hecho, muchos antichavistas creían que el candidato opositor, Henrique Capriles, iba a ganar. Pero todavía no era la hora de Capriles.

Chávez ganó por tres razones principales. La primera es el gasto social. Gracias a los ingresos extraordinarios generados por el petróleo (más de $ 600 mil millones en la última década), el gobierno de Chávez ha invertido una enorme cantidad de dinero en programas de salud, educación, nutrición, vivienda y pensiones. Estos programas sociales son marcados por la ineficiencia y la politización. Han generado relaciones clientelistas. Y, en términos fiscales, son poco sostenibles (muchos analistas esperan una fuerte resaca –con devaluación– después de la fiesta electoral). Pero es innegable que han tenido efectos positivos. El nivel de pobreza ha bajado de casi 60% a menos de 30%. Ha habido una tremenda expansión de acceso a asistencia médica; la población universitaria ha duplicado; y la población con acceso a pensiones ha cuadruplicado. Y el nivel de desigualdad ha bajado: el índice de GINI cayó de .49 a .39, uno de los más bajos de América Latina. A pesar de la inflación y la tremenda inseguridad, entonces el nivel de vida de mucha gente ha mejorado bajo Chávez.

Segundo, Chávez sigue beneficiándose del populismo. Como Fujimori, Chávez derrotó a una élite política detestada por una gran parte de la población. Y como la oposición a Fujimori en los años noventa, la asociación del antichavismo con los partidos tradicionales ha sido una cruz pesada. Capriles intentó distanciarse de la vieja clase política, pero en un país polarizado entre chavistas y antichavistas no lo pudo hacer por completo. 

Tercero, Chávez ganó porque la elección no fue justa. Fue limpia en el sentido de que no hubo fraude, pero el abuso masivo del poder le dio una ventaja enorme a Chávez. Los abusos son conocidos: el cierre de RCTV y decenas de radios, el arresto o exilio de figuras políticas y mediáticas importantes (Manuel Rosales, Osvaldo Álvarez, Guillermo Zuluaga), el hostigamiento a periodistas y activistas de derechos humanos, las listas negras (Lista Tascon) y el uso masivo y sistemático de las instituciones y los recursos públicos para fines partidarios. La elección puede haber sido técnicamente limpia, pero no fue para nada justa. 

No hay democracia en Venezuela. En democracia se respetan las libertades básicas de asociación, expresión y prensa. Los que critican al gobierno no son castigados. Y la oposición compite en condiciones mínimamente equitativas. Estas condiciones dejaron de existir en Venezuela hace varios años. 

Si Venezuela no es ni dictadura ni democracia, ¿qué es? Es autoritario competitivo, como el Perú de Fujimori. A diferencia de las dictaduras militares o de partido único, el autoritarismo competitivo es un régimen híbrido: hay instituciones democráticas que no son fachadas. Hay medios independientes y partidos de oposición, y la oposición compite seriamente por el poder (a veces gana, como en Nicaragua en 1990). Pero compite en una cancha desigual. Tiene menos recursos, menos acceso a los medios, sus líderes y activistas sufren varios tipos de hostigamiento y encuentran que, en vez de ser árbitros neutrales, las instituciones del Estado (Poder Judicial, organismos electorales, Sunat) se utilizan como armas en su contra. Jorge Castañeda describió las elecciones de 1994 en México –otro caso de autoritarismo competitivo– como un “partido de fútbol en el cual los arcos son de distintos tamaños y un equipo tiene 11 jugadores más el árbitro y el otro equipo tiene seis o siete jugadores”. El segundo equipo puede ganar, pero es muy difícil.

Venezuela bajo Chávez y Perú bajo Fujimori son casos ejemplares del autoritarismo competitivo. De hecho, las calificaciones de la ONG norteamericana Freedom House para los dos países son muy parecidas. En una escala de 2 (más democrática) a 14 (más autoritaria), Perú recibe una calificación de 9 en 1998 y 1999 y Venezuela recibe una de 9 en el 2010 y una de 10 en el 2011. Para los que criticamos el autoritarismo de Fujimori, entonces sería una tremenda hipocresía aplaudir la reelección de Chávez, cuyo régimen es igualmente autoritario.

Para Chávez, la ventaja del autoritarismo competitivo es que las elecciones le dan un nivel de legitimidad que no existe bajo una dictadura tradicional. Después de su triunfo electoral, es más difícil tratar a Chávez como un autócrata (aunque lo es). Algo parecido ocurrió en el Perú después de las elecciones de 1995 (y aún en el 2000).

Pero, a pesar de su legitimidad electoral, el régimen chavista tiene varios puntos de vulnerabilidad. Uno de ellos es la sucesión. Los regímenes autoritarios más duraderos tienen partidos fuertes capaces de organizar la sucesión, como Malasia o México bajo el PRI. Pero en los regímenes personalistas, como Perú, Venezuela o Argentina bajo Perón, la sucesión es un campo de minas. En Perú, por ejemplo, la necesidad de tener a Fujimori como candidato en el 2000 (porque ningún otro fujimorista podía ganar) fue fatal para el régimen. Chávez enfrenta el mismo problema, y el problema se agudiza por su cáncer. Todo está construido alrededor de su persona y depende casi totalmente de él. El sistema chavista está basado en dos pilares precarios: Chávez y el petróleo. Si se elimina uno, el régimen puede colapsar rápidamente.

Por: Steven Levitsky

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