12 de junio de 2014

A FAVOR DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA

El máximo representante de la reacción revolucionaria fue Joseph Sieyès, el mismo que en el año de la revolución francesa (1789) publica su célebre libro “¿Qué es el tercer Estado?”; para muchos autores, Sieyès es considerado el “verdadero ideólogo de la Revolución Francesa” (Suárez, 2009: 183). Este célebre documento contiene en sus primeras líneas el derrotero de todo su desarrollo, escribe Sieyès: “¿Qué es el tercer Estado? Todo. ¿Qué representa actualmente en el orden político? Nada. ¿Qué pide? Llegar a ser algo” (Sieyès, 1973). Recordemos que el sistema político anterior a la Revolución estaba dividido en estamentos, de los cuales el más numeroso y, a la vez, el más explotado y menos considerado, era el tercer Estado, el conjunto de ciudadanos que son de la clase común, del pueblo, “todo lo que no es privilegiado forma parte del tercer Estado” (Sieyès, 1973: 65). Sieyès propone que para que el tercer Estado pueda llegar a ser “algo” debe tener verdaderos e igual número de representantes en las asambleas generales y que los votos sean contados de forma individual y no por estamentos. 

Sieyès parte, al igual que los contractualistas, del punto de que en un inicio todos vivían en estado natural, aislados, y que deciden juntarse y organizarse para, primero satisfacer sus necesidades y luego formar una nación, por lo que el poder soberano, según Sieyès reside en la voluntad popular, la soberanía es absoluta, indivisible, “pero su ejercicio se puede dividir en distintos poderes que son constituidos (…) que son de ejecución, derivados, limitados y determinados en su forma y actividad” (Suárez, 2009: 183). Dado que durante muchos años, el pueblo ha estado oprimido y sometido a una autoridad que no los representaba, Sieyès sostiene que es momento de que la población asuma la dirección del Estado haciendo uso de sus legítimos y naturales derechos políticos, lo que indistintamente podría tomar dos caminos: o el diálogo y consenso con los otros dos estamentos (situación que no se dio), o recurrir a la movilización popular; Sieyès es partidario del primero, sin embargo es el segundo el que al fin de cuentas se puso en práctica y que el autor, finalmente, justificó y avaló.

FUENTES:
  • SIEYÈS, Joseph (1973) ¿Qué es el tercer Estado? México: UNAM. 
  • SUÁREZ, Enrique (2009) De los clásicos políticos. México: Porrúa.

3 de mayo de 2014

CONTRA LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Edmundo Burke, el más importante crítico de la revolución francesa, fue uno de los más notables representantes del partido whig; un notable defensor de la libertad política, lo que podría considerarse una contradicción respecto a la posición crítica que asumió frente a la revolución francesa; sin embargo, debemos mencionar que en Burke no había contradicción alguna, ya que él era un liberal conservador: un liberal en términos económicos y un conservador político.

Al igual que los contractualistas estudiados anteriormente (Hobbes y Locke), Burke considera que la soberanía inicial reside en el pueblo, sin embargo ésta se ha mantenido a través de la historia no por decisión del pueblo, sino por costumbre, por tradición y es esta tradición la que no debería romperse, como sucedió en Francia, por lo que a Burke le sorprende y asusta el caos, desorden, anarquía y abstracción de los revolucionarios franceses a los que consideraba “arquitectos de la ruina” (Chevallier, 1965: 201).

Existen varias hipótesis acerca del motivo tan “peculiar” (o contradictorio) de Burke, ya que él fue un decidido defensor de la libertad (situación que no se daba en la Francia revolucionaria). Por ejemplo, Chevallier sostiene que hubo un motivo sentimental, ya que años antes conoció a una joven y hermosa María Antonieta, de quien quedó prendado por su singular belleza, años después la reina María Antonieta sería ultrajada por los revolucionarios y finalmente ejecutada, lo que a opinión de Burke marcó el fin de la caballerosidad del siglo XVIII. También existe la hipótesis del debate académico e intelectual que sostuvo con el Dr. Price, ya que este último propuso los tres derechos fundamentales que el pueblo inglés había adquirido luego de la revolución de 1688: “A escoger a nuestros propios gobernantes, a deponerlos caso de conducirse mal y a constituir nuestro propio gobierno” (Burke, 1996: 53).

La crítica más severa de Burke hacia los revolucionarios y hacia las consecuencias directas de la revolución francesa es el caos y desorden en el que se encontró el país después de la revolución; criticaba el hecho de que los revolucionarios hayan decidido destruir el gobierno para empezar desde cero con su nuevo sistema; de la misma forma que el concepto tan abstracto e indefinido de libertad que los franceses defendían, Burke mantenía la idea de que no podía haber libertad sin orden y la “libertad” que generó la revolución era una libertad abstracta, en la que cada uno hace lo que le daba la gana; la libertad, decía Burke, debería ser concreta y esto solamnete se logra con las restricciones y limitaciones que solo un gobierno establecido, a través de sus instituciones políticas, podría garantizar.

Pero la crítica más importante fue hacia los postulados del Dr. Price. En referencia al primer postulado (escoger a nuestros propios gobernantes), Burke sostiene que si bien es cierto que esto pudo darse en un primer momento (contrato social), es la costumbre y el propio contrato social el que nos hace renunciar a elegir a nuestros gobernantes, ya que una vez instaurada la monarquía ésta se desarrolla en base a la herencia y la costumbre, aspectos a los que no se puede renunciar y a los que están todos los ciudadanos sometidos, ya que del derecho de sucesión “depende enteramente, salvo la voluntad de Dios, la unidad, paz y tranquilidad de esta nación” (Burke, 1996: 56). Respecto al segundo postulado (a deponerlos caso de conducirse mal), Burke se pregunta ¿cómo se podría conducir un rey mal si él posee el poder absoluto, es decir, no rinde cuentas de nada a nadie?, en ese sentido cómo se puede deponer a alguien “que no obedece a ninguna persona; todas las otras están bajo él y le deben obediencia legal” (Burke, 1996: 63); debe pues respetarse ese contrato inicial entre el gobernante y el pueblo, no hay mala conducta que justifique romper este contrato. Finalmente, el tercer postulado (a constituir nuestro propio gobierno), Burke, siguiendo la tradición clásica griega, considera que no cualquiera puede gobernar, se necesita de preparación, la misma que solo una élite reducida posee; el Estado no es producto de la elección popular, la fuente de autoridad no está en el pueblo, sino en la tradición, la naturaleza y la providencia.

Otro representante de la reacción antirrevolucionaria fue el político español Juan Donoso Cortés, quien es su conocido Discurso sobre la dictadura (Donoso, 2002) plantea su famosa teoría de la “dictadura del sable”. Ante la situación de desorden que vivía Europa en esos años, el planteamiento de Donoso se basa en la defensa del orden y el respeto de las leyes, las mismas que no se pueden garantizar si no hay un gobierno establecido, el mismo que, dadas dichas circunstancias, solo se puede dar bajo la dictadura: “la dictadura en ciertas circunstancias es un gobierno legítimo; es un gobierno bueno, es un gobierno provechoso, como cualquier otro gobierno; es un gobierno racional” (Donoso, 2002: 7). Sostenía que las revoluciones no obedecen al carácter pobre y miserable de determinadas sociedades, sino que éstas siempre han sido promovidas por la aristocracia y los intereses que esta defiende, “el germen de las revoluciones está en los deseos sobreexcitados de la muchedumbre por los tribunos que la explotan y benefician” (Donoso, 2002: 13). Con las revoluciones, según Donoso, se acaba la libertad y es imposible volver a instaurarla, esta eliminación de la libertad significa la catástrofe; es en este contexto político que Donoso sostiene: “Señores, la cuestión, como he dicho antes, no está entre la libertad y la dictadura; si estuviera entre la libertad y la dictadura, yo votaría por la libertad. Pero la cuestión es ésta, y concluyo: se trata de escoger entre la dictadura de la insurrección y la dictadura del Gobierno; puesto en este caso, yo escojo la dictadura del Gobierno, como menos pesada y menos afrentosa (...) se trata de escoger entre la dictadura del puñal y la dictadura del sable: yo escojo la dictadura del sable, porque es más noble” (Donoso, 2002: 29); en resumen, es mejor ser gobernado por una persona quien sabe a dónde dirige a la nación, que por la muchedumbre, cuyas pasiones e intereses tan disímiles hacen imposible saber el camino del progreso a lograr.

FUENTES:
  • BURKE, Edmund (1996) Textos políticos. México: Fondo de Cultura Económica. 
  • CHEVALLIER, Jean-Jacques (1965) Los grandes textos políticos. Desde Maquiavelo a nuestros días. Madrid: Aguilar.
  • DONOSO, Juan (2002) Discursos políticos. Madrid: Tecnos.

26 de abril de 2014

CAMINO A LA SANTIDAD: ACCIÓN Y OMISIÓN

Para muchas personas, y me incluyo, el camino a la santidad es algo imposible. No es impensable poder seguir el ejemplo y alcanzar a personajes como San Martín, Santa Rosa, San Juan, San Antonio, San Bruno, Santa Rita, etc. Más aún si consideramos la sociedad plagada de tentaciones en la que vivimos y que seguramente haría caer hasta al más devoto de los anteriores. Pero, al conocer la biografía de muchos santos, nos podemos dar cuenta de que su vida no fue nada santa, y de hecho distan mucho de lo que hoy tomaríamos como una vida de "ejemplo moral y ético" para sus prójimos.

Está demás decir, por ejemplo, que tanto San Agustín de Hipona como San Francisco de Asís tuvieron una juventud marcada por los vicios terrenales. Ambos, provenientes de familias adineradas, no tenían reparos en hacer gastos en banalidades, bebidas, etc. Recomendaría en este punto la lectura de las Confesiones de San Agustín, en las que relata exactamente esa etapa de su vida: los errores y pecados que cometió, los vicios mundanos que padecía, la falta de respeto y desobediencia hacia sus padres, el trato hacia las mujeres que tenía, etc., hasta que se convirtió al cristianismo y hoy es santo y doctor de la iglesia católica, y uno de sus Padres.

Santa Rita de Casia escapa del paradigma clásico de monja de convento, ya que a pesar de haberse casado muy joven y de haber tenido hijos (es decir, de haber "vivido" lo que cualquier mujer de su época hubiera vivido) una vez viuda y muertos sus jóvenes hijos, escuchó el llamado de Dios, Rita fue aceptada en el convento donde sufrió los estigmas de Cristo y vivió hasta su muerte en oración y contemplación.

Analizando bien los casos, creo que no hay santos, de hecho solo cristo nació sin pecado y murió sin él; todos nosotros somos pecadores, está en la condición humana fallar y hacer lo que se nos prohibe, pero un santo es aquella persona que a pesar de sus pecados, errores y faltas es capaz de superarse, es capaz de cambiar y de darle un giro a su vida (para bien), por eso Agustín y Francisco son santos.

Topo esto viene a propósito de que mañana en el Vaticano se sucederá un hecho sin precedentes en la historia: dos Papas (el Papa emérito Benedicto XVI y el Papa Francisco) canonizarán a los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II, en lo que se ha llamado "El día de los 4 Papas".

La prensa y los medios se han enfocado más en la figura de Juan Pablo II (recientemente fallecido y beatificado), y es que no se podía esperar menos para un Papa tan mediático como el polaco; sin embargo muchos católicos no estamos de acuerdo con dicha canonización por un punto fundamental: el silencio cómplice que Juan Pablo II mantuvo durante todo su pontificado ante las acusaciones y denuncias de abusos a menores de edad. El caso más palpable fue el del padre Marcial Maciel, quién en décadas abusó sexualmente de varios de sus seminaristas y a quien el Papa viajero llego a poner de "ejemplo para la juventud".

Sin embargo, me siento feliz de que se canonice a Juan XXIII, el verdadero reformador de la Iglesia católica y "Padre de la Iglesia Moderna". Sus encíclicas, con alto contenido social y la convocatoria al Concilio vaticano II marcaron un punto de quiebre en una institución que estaba, literalmente, en los cielos, y que gracias al Papa Bueno descendió y se acercó a los pobres; a pesar de su avanzada edad y de ser considerado por los propios cardenales que lo eligieron como un "Papa transitorio" en sus pocos años de pontificado transformó radicalmente a la iglesia. Su marcada predilección por los pobres, su comportamiento humilde, su ayuda a miles de judíos perseguidos por los nazis y su exitosa intervención en la crisis de los misiles en Cuba, son méritos suficientes para ser elevado a los altares.

El Papa Francisco ha tomado la decisión de canonizar a ambos, incluso rompiendo ciertas reglas para ambos casos (la temporalidad y los milagros), pero es una atribución que el Papa tiene. Pienso que en Juan XXIII hay un claro ser humano, con errores y debilidades, que tuvo un comportamiento humano y humilde en la Tierra lo que se reflejó en el gran cariño de la gente; sin embargo en Juan Pablo II hay también un comportamiento humano, hay errores pero no hubo acción. 

Para bien o mal y contracorriente Juan XXIII inició la reforma de la iglesia, actuó para cambiar las cosas que encontró. Para bien o mal y siguiendo la corriente Juan Pablo II no hizo nada respecto a las acusaciones de pedofilia al interior de la Iglesia o para reformarla. Los pecados y faltas (religiosas) son "de pensamiento, palabra, obra y omisión); el no haber hecho lago, pudiendo hacerlo es también un pecado.

6 de abril de 2014

ENTREVISTA A ZYGMUNT BAUMAN

Esta nueva propuesta abre sus puertas a bandas locales y a los amantes del género. Leeds. Una casa de clase media a las afueras de Leeds, ciudad industrial del norte de Inglaterra. Un jardín poco cuidado y una luz temblorosa colgando del dintel de la puerta. Un salón pequeño lleno de libros. Y al fondo, un señor mayor, alto, flaco y con una mata de pelo blanco sin peinar que le cuelga a los lados de la cabeza mientras fuma pipa.

Zygmunt Bauman, polaco exiliado en Inglaterra desde los años 70 y catedrático emérito de la Universidad de Varsovia, es uno de los sociólogos más influyentes de Europa.

Bauman, de 89 años y premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, sonríe, contesta con pasión sobre desigualdad, consumismo y la búsqueda humana de la felicidad. Hasta que oscurece, 30 minutos después del tiempo pactado, y le dice al periodista: “¿No estará usted cansado?”.

Usted sostiene que el crecimiento económico solo beneficia a una minoría.
El crecimiento económico no es un buen medidor del desarrollo económico. No tiene en cuenta cómo se distribuye el dinero. Hace unas décadas, en Europa hablábamos de un 10 por ciento rico, un 10 por ciento pobre y unas enormes clases medias. Ya no es así. Ahora es el 1 por ciento, 85 personas acumulan tanta riqueza como el 50 por ciento de la población mundial.

¿Vamos hacia sociedades más desiguales?
Siempre hubo desigualdad. Nunca hubo una sociedad completamente igualitaria. Pero si exceptuamos un pequeño período tras la Segunda Guerra Mundial, hace mucho tiempo que la desigualdad no hace más que aumentar.

¿Cómo afectó la crisis?
Después del colapso financiero del 2007 y el 2008 hubo una cierta recuperación económica. En Estados Unidos esa recuperación fue clara, pero el 1 por ciento más rico de EE. UU. se apropia desde entonces del 93 por ciento del resultado de esa recuperación.

Muchos países sufren tasas enormes de desempleo juvenil…
Lo que hará aumentar más esa desigualdad. La generación ahora joven es la primera en mucho tiempo, tal vez en siglos, que no conseguirá siquiera el nivel de vida de sus padres. Antes, cada generación estaba segura de que empezaba su vida desde el nivel que habían alcanzado sus padres.

¿Serán eso que usted llama el “precariado”?
Hace 20 o 30 años había una clase pobre y una élite. Pero en medio estaba la mayoría de la población, las llamadas clases medias, que vivían relativamente bien y prosperaban. Esas clases medias están siendo tremendamente afectadas en los últimos años. Lo más distintivo de la caída de las clases medias es la precariedad, la inseguridad, el miedo, la incapacidad para tener confianza en el futuro, para mantener su nivel de vida.

Muchos sociólogos dicen que esa clase media es el sostén de la democracia.
La democracia moderna se hizo a la medida de las clases medias. La aristocracia tiene su posición social garantizada, así que no necesita avanzar. Los más pobres no podían avanzar, pero las clases medias sí, y ese fue el gran impulso de las sociedades democráticas modernas. Cada joven de clase media tenía que recrear con su esfuerzo, talento y trabajo la posición que había conseguido su familia. Había presión para actuar en sociedad, compromiso de participación política y confianza de vivir en un mundo de relativa seguridad, de perseguir su propia felicidad. La democracia moderna funcionaba y se alimentaba de esas gentes de las clases medias.

¿Y cuál es el cambio?
Hoy vemos un fenómeno preocupante: la élite política ya no habla el mismo lenguaje que la gente y presta poca atención a sus problemas reales. Eso está generando un divorcio entre poder y política.

¿La gente se está cansando de la política?
Pero se debe a ese divorcio. Poder es la capacidad de hacer cosas, política es la capacidad de decidir qué cosas hacer, de elegir. Los gobiernos tienen políticas, programas, pero no el poder para aplicarlos. Antes, los gobiernos tenían el poder y hacían política. Eso ya se acabó porque el poder emigró y es global, pero la política sigue siendo tan local como hace 400 años. La política no tiene poder y el poder no tiene control político. En esa situación, las clases medias cada vez influyen menos, y eso es un peligro mayor para la democracia.

Hay más desigualdad, pero en muchos países de América Latina la clase media está creciendo.
Sí, hay algunos avances, pero no soy optimista. Brasil consiguió parar el crecimiento de la desigualdad y sacó de la pobreza extrema a varios millones de personas, pero son excepciones y no durará porque la soberanía de estos países es limitada. No hay un solo país en el mundo que tenga verdadera soberanía económica. Ningún gobierno puede defender a su población de una tendencia que es mundial y a la que no se pueden poner barreras, por lo que no habrá grandes diferencias en los procesos sociales entre diferentes países. Simplemente porque las fronteras no te protegen del impacto de las fuerzas sobre las que no tienes control.

¿Cree que hay riesgo de involución del concepto de unidad europea?
Que 18 países compartan una moneda es increíble, la historia nunca vio algo así, pero su estructura está mal diseñada y así no durará mucho tiempo. Estamos en un momento de reforma y transición, Europa está en una encrucijada.

¿La eterna pelea entre federalistas y antifederalistas?
Algo así, pero que va más allá. Hay países que quieren recuperar competencias. Empujan hacia una nacionalización. La otra tendencia es la federalista, pero es muy difícil porque va contra la idea de las soberanías que ha gobernado a Europa desde hace siglos.

¿Un callejón sin salida?
En estas condiciones, habría que ir hacia un modelo que produzca soluciones globales a los problemas producidos de forma global. Teóricamente, en algún momento en el futuro podrían empezar a verse soluciones globales, pero para eso harán falta instituciones democráticas globales, un parlamento global elegido, una corte suprema global que decida lo que es justo y lo que es injusto, y alguna especie de poder administrativo.

Eso parece estar muy lejos…
Sí, pero Europa está en algún sitio a medio camino. Ya no existen aquellas soberanías nacionales bien delimitadas. Europa muestra que los países pueden cooperar y no solo competir. El escritor sudafricano J. M. Coetzee escribió que “no fue una decisión de Dios, ni una necesidad natural, que los países compitieran unos con otros, podrían cooperar en beneficio mutuo”.

Europa es un laboratorio en el que se están definiendo los métodos para que los países puedan manejarse en ese nuevo mundo. Creo que Europa está jugando un papel muy importante en este momento de la historia, porque cooperar es lo que el mundo necesita más que nunca para asegurar el futuro de la humanidad.

Usted asegura que el consumismo nos cambia. ¿Cómo lo hace?
Esta sociedad de consumidores asume que para cualquier problema social su primera respuesta es el crecimiento del producto interno bruto (PIB) y el consumo.

Si quieres ser feliz, cómprate algo. Si quieres hacer feliz a tu hijo o a tu mujer, cómprales algo. Pero esto genera dos problemas. Se asume que no hay límites naturales a la producción, pero es falso porque nuestro planeta tiene recursos limitados.

Y se olvida que hay otras formas de ser feliz sin crecimiento económico y sin consumir, porque además la mayor parte del provecho del crecimiento económico se la llevan los más ricos. Este crecimiento podría sustituirse con redistribución, que mitigaría este absurdo nivel de desigualdad. Se puede usar la riqueza del planeta de una forma más racional, más sabia, más moral.

¿Y dónde estaría la felicidad?
Simplemente valorando el placer del trabajo bien hecho, el placer de cooperar, de ayudar al vecino. El placer que da la familia, pero estamos olvidando cosas así de simples. Los niños desde una edad muy temprana, reciben toda clase de adoctrinamiento ideológico para que consuman.

Usted creó la teoría de la sociedad “líquida”, que define como aquella “en la que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas”. En estas sociedades líquidas, ¿cómo hacemos para crear relaciones sólidas?

Ese es el gran asunto, pero desgraciadamente no tengo la receta. Solo digo que hay dos valores indispensables para dignificar la vida humana: seguridad y libertad. Necesitamos los dos. Seguridad sin libertad es esclavitud, y libertad sin seguridad es el caos.

Pero hoy se daña la seguridad económica en nombre de la libertad económica…

La importancia de esta combinación la dio lord Beveridge (jefe del comité que diseñó el welfare –estado benefactor– británico después de la II Guerra Mundial). Redactó un informe que se aplicó para crear las instituciones del welfare: educación y sanidad gratuitas, salario mínimo, viviendas sociales… Y duró décadas. Lo importante es que él no era un socialista. Era un liberal, pero creía que el welfare era la corona del movimiento liberal.

Hoy no se entiende así…

El movimiento liberal original era sobre libertad individual, pero para tener libertad individual, para ser realmente libres todos necesitan una seguridad básica. Si estás luchando por el pan, no eres libre.

¿Qué le parece lo que sucede en Venezuela?

El presidente actual no tiene el carisma que tenía el expresidente Hugo Chávez y la situación económica es peor. Es un proceso muy doloroso para gran parte de la población. Fue un país muy desigual hasta la llegada de Chávez. Quisieron darle la vuelta, y cuando haces eso dañas a alguien, alguien gana y alguien pierde.
FUENTE: Ssociólogos

1 de abril de 2014

POR UNA POLÍTICA DE INCLUSIÓN SOCIAL

Esta semana ha sido muy fructífera en cuanto al proceso de agendación de una política pública en específico: "La ley de Unión Civil entre personas del mismo sexo". Era de esperarse la actitud de los sectores más ortodoxos y "conservadores" (cuando les conviene) de la sociedad, entre ellos la Iglesia católica y evangélica; sin embargo, muy aparte de las posiciones retrógradas y discriminatorias de quienes nunca han respetado los derechos humanos ("ya que son una cojudez"), lo rico e importante ha sido el debate generado, la agendación de dicha política por parte del Estado (laico) peruano, con sendos informes del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, la Defensoría del Pueblo y La comisión de justicia del Congreso.

Debo manifestar, por si las dudas, que soy católico y que estoy totalmente de acuerdo en "La ley de Unión Civil entre personas del mismo sexo", es decir la forma de convivencia familiar en que, una pareja  vive junta de forma estable y conyugal, con todos los derechos y deberes propios de tal condición. Es justo y necesario ya que este tipo de reconocimiento y unión no es solamente una cuestión sentimental y amorosa, es un cuestión de legalidad, Estado y respeto a los derechos humanos. Desde el punto de vista médico otorgaría al individuo el derecho de tomar decisiones sobre la vida de su pareja; desde el punto de vista económico otorgaría el derecho a la herencia, pensiones y otros beneficios económicos. Los "rituales" que realizan algunas parejas homosexuales en las que se prometen amor y respeto son eso rituales, y no representan ningún compromiso legal que garantice los derechos y deberes mencionados líneas arriba.

Nuestra sociedad es aún muy heterodoxa en estos temas, por lo que creo que legalizar este tipo de uniones sería un buen paso, pero ir avanzando de poco en poco garantizará una mayor comprensión de la sociedad.

Cuando uno firma un contrato laboral, de alquiler, etc., lo hace conociendo las reglas y cláusulas a las que se compromete a respetar y obedecer. Pensar que la Iglesia Católica reconocerá esta unión es imposible, es una ilusión creer que lo va ha hacer ya que las mismas escrituras de la Biblia lo prohíben, por eso critico a los católicos homosexuales que proponen y creen que la iglesia los apoyará en esta lucha. Pero esto no le da derecho a nadie, así sea de la más alta jerarquía eclesiástica, a maltratar, insultar y denigrar a la persona humana sea cual fuese su orientación sexual. Hay modos de hacer las cosas.

En conclusión, cada uno es libre de hacer lo que mejor le parezca con su vida, ojo no confundir libertad con libertinaje porque la libertad es ser libres para hacer lo que queramos siempre y cuando no afectemos ni perjudiquemos a nuestros semejantes; hacer lo que creamos que esta bien, dentro de las normas y leyes (jurídica, morales y sociales) que rigen nuestro comportamiento. 

Siempre lo he dicho y es algo que he creído, lo importante es tratar de ser felices, y por un sentido mínimo de respeto y solidaridad, nadie puede oponerse a eso, nadie.

27 de marzo de 2014

POLÍTICA PARA APOLÍTICOS. CONTRA LA DIMISIÓN DE LOS CIUDADANOS

Desinterés, farsa, despilfarro, burocracia, corrupción... Estas son algunas de las dudosas compañías de una política que vive hoy horas muy bajas. Las instituciones democráticas padecen un fuerte desgaste, son objeto de juicios muy severos o provocan una hostilidad declarada. Pero es mucho lo que está en juego. Con más o menos fundamento, los tópicos que caracterizan la polémica cotidiana sobre la política erosionan la democracia y la hacen mucho más vulnerable.

Política para apolíticos es un texto escrito por expertos en ciencia política que han sentido la necesidad de afinar la crítica sobre la práctica democrática para hacer más viable su transformación, su mejora. Es un libro que se aleja de los lugares comunes, sofismas y eslóganes superficiales para ahondar en las verdaderas causas de la desafección y estimular el compromiso político de los ciudadanos.

J. M. Vallés y X. Ballart (2012): Política para apolíticos. Contra la dimisión de los ciudadanos.