La formación del Frente Amplio de izquierda (FA) ha generado más escepticismo que entusiasmo. Después de casi 25 años de fracaso e irrelevancia electoral, otro relanzamiento de la izquierda parece una película ya vista varias veces.
De hecho, el FA nació débil. La idea de la unidad como solución es un mito. Juntar seis partidos chiquititos no garantiza más que un frente chico. Ningún miembro del FA tiene más de 1% del voto. Unidos, no representan más de 4 o 5%.
En comparación con otras nuevas fuerzas de izquierda en América Latina, como el Frente Amplio uruguayo, el PT brasileño, el FMLN salvadoreño, y el PRD mexicano, el FA carece de dos cosas importantes. La primera es una base social. Los demás partidos tenían vínculos a organizaciones sociales fuertes (sindicatos, la iglesia progresista, movimientos sociales) que les permitieron construir una sólida base popular. El FA peruano no los tiene. Los sindicatos son muy débiles, y aunque el FA tiene vínculos a movimientos de protesta en algunas provincias, son muy localizados. De hecho, los aliados sociales del FA son poco representativos de los sectores populares en el Perú actual.
Segunda, el FA carece de líderes con capacidad electoral. Guste o no, en una democracia presidencialista (y sobre todo una sin partidos como la peruana), los buenos candidatos son imprescindibles. Todas las nuevas izquierdas exitosas en América Latina tenían candidatos nacionales con amplio apoyo popular (Lula en Brasil, Cárdenas y López Obrador en México, Vásquez en Uruguay). El FA peruano no tiene una figura ni remotamente parecida.
Además de estas deficiencias, el FA enfrenta otro desafío que no existe en los demás países: un poderoso antizquierdismo, sobre todo en Lima. Gracias a la violencia senderista, parte de la sociedad peruana tiene una fuerte alergia a los símbolos, discurso, y prácticas (incluyendo la protesta) de la izquierda tradicional.
En una sociedad sin demasiada simpatía hacia la izquierda, y sin candidatos viables o mucha presencia en los sectores populares, las perspectivas del FA no son muy buenas.
Pero me parece un esfuerzo valioso. Primero, en un país (casi) sin partidos, donde el hiperindividualismo político está haciendo daño a la democracia, cualquier esfuerzo para construir un proyecto partidario–y no solo una carrera personal– debe ser aplaudido.
Segundo, una izquierda sana haría bien a la democracia. Donde existe una izquierda sólida, no hay populismo. El electorado percibe diferencias reales entre los partidos, lo cual aumenta la legitimidad del sistema. Hoy, la oferta electoral para 2016–Alan, Keiko, PPK– solo ofrece distintos sabores de derecha. Una izquierda viable generaría más debate programático y serviría como contrapeso a la derecha, cosas que me parecen sanas.
Aunque nació débil, el FA no está condenado al fracaso. Primero, hay espacio electoral. Según una encuesta de GfK, 10% del electorado se identifica como izquierdista. Un porcentaje mayor–hasta un tercio– quiere cambios radicales en la política económica. Estos últimos eran votos humalistas, pero habrá nacionalistas descontentos en 2016, y muchos estarán disponibles. Por otro lado, el colapso del toledismo dejaría un espacio vacío en el centro democrático.
Segundo, algunas de las deficiencias del FA no son tan destructivas como se cree. Por ejemplo, el FA es, sin duda, muy heterogéneo: contiene marxistas y socialdemócratas; antimineros y extractivistas; defensores y críticos de los regímenes en Cuba y Venezuela. Pero había semejante diversidad ideológica en el PRD, el PT, el FMLN, y el FA uruguayo. Las diferencias internas son un desafío –se necesitan mecanismos para contenerlas– pero no tienen que ser fatales.
Tampoco sería fatal si inicialmente, el FA se posicionara demasiado a la izquierda. Es cierto que ideas como la “recuperación del socialismo” (Marco Arana, demostrando en una entrevista en El Comercio que no está listo para las grandes ligas) son una receta para la derrota electoral. Pero perder las primeras elecciones no es la peor cosa del mundo. Y puede tener ciertas ventajas. Según el politólogo Noam Lupu, para crear identidades partidarias fuertes, los nuevos partidos deberían diferenciarse de los demás, estableciendo un perfil claro y consistente. Correr a la izquierda y perder, después convertirse en una oposición seria, ayudaría a consolidar una marca partidaria, como ocurrió en Brasil, El Salvador, México y Uruguay en los años noventa.
Eventualmente, el FA tendrá que escoger entre ser un partido testimonial, fiel a sus principios pero irrelevante en términos electorales, y ser un partido capaz de ganar elecciones. El primer camino ya es muy conocido por la izquierda peruana. Para seguir el segundo camino, el FA tendría que encontrar un candidato viable (que probablemente no esté entre sus filas), construir un perfil mucho más amplio (que apela a la nueva clase media, que no parece muy atraída por el perfil tradicional de la izquierda), y, probablemente, moderarse. En otras palabras, la izquierda tendría que recurrir a un camino parecido al del humalismo en 2011 (una experiencia que pocos en la izquierda quieren repetir).
Pero existe un camino intermedio entre el partido testimonial y la “gran transformación” que sufrió Humala en 2011. El FA puede buscar establecerse, por ahora, como un partido de oposición serio. Podría mantener un perfil más izquierdista en 2016, apuntando al 10% del electorado que tiene una orientación izquierdista (No sería fácil. La izquierda no supera 2% del voto desde 1990. Necesitaría un candidato mucho mejor que los que tiene hoy.) Un rendimiento electoral de 8-10% no ganaría la presidencia, pero sí permitiría la elección de algunas caras nuevas al Congreso. Si los nuevos congresistas hicieran una oposición creativa, capaz y honesta, ayudaría a establecer al FA, poco a poco, como un partido de oposición serio.
Probablemente habría otra derrota en 2021. Pero una década en la oposición, como una fuerza legislativa seria, haría posible la formación de una identidad partidaria, el surgimiento de una nueva generación de líderes (algo imprescindible para la izquierda), y la acumulación de experiencia y, quizás, credibilidad.
En 2026, tal vez el FA estaría en condiciones de competir con Alan, que solo tendría 77 años.
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