La ausencia de una verdadera corriente liberal stricto sensu en el Perú se debió principalmente a la herencia colonial heredada de la época virreinal. Con la independencia y teniendo en cuenta las aspiraciones fundacionales de la nueva república, debió respetarse la soberanía popular, es decir, el poder debería haber estado en el pueblo, el mismo que mediante el voto debería haber elegido a sus gobernantes; lamentablemente no ocurrió así, ya que bajo la excusa de que el pueblo no estaba preparado para ejercer este derecho político, el gobierno quedó en manos de un pequeño grupo de aristócratas, terratenientes y burgueses intermediarios que, por no ponerse de acuerdo no consolidar un partido político, dejaron el gobierno en manos de los caudillos militares.
En el campo de las ideas, no es tan cierto de que no existió una corriente liberal peruano; es importante recordar la lucha ideológica de aquellos tiempos, la misma que estuvo polarizada en dos grupos: conservadores y liberales; un ejemplo claro de esta polémica la podemos encontrar en referencia a uno de los supuestos básicos del liberalismo político: la libertad individual. Para los conservadores el pueblo no tiene derecho ni capacidad para elaborar leyes, ni para decidir sobre la forma de gobierno a instaurarse, esta facultad solo estaba en manos de la aristocracia inteligente e ilustrada; en cambio, para los liberales, teniendo como base el hecho de que todos son iguales, todos están en la capacidad de conducir al país y de participar en las decisiones políticas del Estado. Si bien es cierto existió dicha corriente ideológica, no tuvo la acogida inmediata esperada, es importante señalar que si existió.
En el campo de los partidos políticos, igualmente gracias a los cerca de 300 años de virreinato, los primero líderes fueron militares caudillos que deseaban perpetuar la dominación sobre el Perú, los pocos gobernantes civiles (antes del gobierno de Manuel Pardo y Lavalle) lo fueron por días u horas y no contaban con un partido político, sino que se unían y recibían en apoyo de algún militar que los usaba como “caballitos de batalla” para hacerse identificar con el pueblo. Luego de muchos años, y gracias a la relativa estabilidad económica del país, a la consolidación de las riquezas de la aristocracia y la ausencia de militares “famosos”, los civiles van tomando conciencia sobre su oportunidad política.
En el gobierno, es importante la observación de Bobbio sobre los tipos de poder: político, económico e ideológico ya que los primeros gobernantes poseían el primero, pero les hacía falta los dos últimos (muchos caudillos militares no poseían recursos económicos ni mucho menos preparación académica); la educación, marcadamente elitista, imposibilitó la masificación de la enseñanza y concentró este derecho en la aristocracia. En el año de 1872, surge por iniciativa de intelectuales y negociantes la idea de formar un partido político que los represente y que los ayude a conseguir el poder que les faltaba (poder político), en este contexto aparece el partido civilista, con Manuel pardo y Lavalle quien una vez en el poder es el primero en concentrar los tres tipos de poder en una sola persona, pero esto no fue sino la contribución a “instituir y mantener sociedades de desigualdades, basadas en la división entre superiores e inferiores” (Bobbio 1996:111). No hay hasta muchos años después la idea del Estado representativo, que es otra base del liberalismo, ya que mientras que en Europa, este tipo de Estado tuvo años de preparación desde las monarquías constitucionales, en el Perú, el salto fue de un momento a otro, sin una previa preparación de la clase política nacional. No hubo, en términos de Oakeshott, ni la idea de societas ni la idea de universitas, no hubo ningún pacto, acuerdo, no hubo una aspecto cultural común que una a los peruanos bajo una sola bandera de lucha o bajo un solo Estado, hoy en día el panorama sigue siendo el mismo ya que somos un país multicultural y pluri étnico, y en estas condiciones no hay “necesidades concretas en común, ni compromiso común” (López 2012: 64).
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